Historia de un padre que perdió a su hijo y lo recuperó.
(Continuación)
... Es entonces que Dios convoca a Abraham, para que se desprenda de esa cosa llamada hijo...
Si tanto necesitabas un hijo, un milagro, ahora que ha sucedido no puedes hacer de él una crónica de alta sociedad con la sonrisa del bienestar conquistado y apaciguado.
Un hijo, Abraham, no se tiene. Cosas sí, hijos no.
No, al menos, los hijos nacidos de la desesperación y de la plegaria.
Algo está fallando Abraham. No necesitas a ese hijo, aparentemente ¿Sabes qué? Tómalo y llévalo a ese monte, y sacrifícalo... despréndete de él.
Tuvo que perderlo para recuperarlo.
Había que despertar a Abraham...
"Recuerde el alma dormida"
Recordar, en puro latín, es despertar. La rutina de lo dado produce letargo.
Ocurren cosas para que uno despierte de las cosas.
El camino hacia el monte del sacrificio era de tres días. Tres días para la reflexión, para despertar el alma dormida. Tres días lejos del bullicio, de la fiesta, del qué dirán.
Solos, padre e hijo, en el camino. Oportunidad para reencontrarse, reconocerse.
Primero lo perdió entre banquetes y tantas alienaciones que la calle exige. Entonces le dijo Dios que terminara de perderlo.
Hay que perder para reencontrar. Para eso sirven las crisis. Tiembla el suelo bajo tus pies y eso te obliga a mirar el camino, te fuerza a pensar.
Entonces le dijo Dios: Devuélveme este hijo que te sobra.
Milagro de recuperar lo perdido, de pensar, de revivir.
Ahí en el camino se produjo el milagro de padre e hijo, solos, juntos.
"Qué poco ruido hacen los verdaderos milagros".
Nadie sabe a ciencia cierta quién es el protagonista de este relato, si el padre o el hijo. Necia pregunta: la trama es siempre de dos.
Al final sacrificó Abraham- por orden de Dios- un carnero en lugar de su hijo.
¿Por qué un carnero? Porque de su cuerno se hacía un instrumento para despertar a la gente de su letargo.
Autor: Jaime Barylko
De su libro: "El miedo a los hijos"
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