TODAVIA
Anoche estuvimos hablando de vos. Llegaste por el camino de una nostálgica charla sobre la adolescencia; estabas sentado en una rueda de amigos, pero yo solamente veía tu mentón obstinado, tu frente limpia, tu risa con las comisuras raramente hacia abajo.
Era el tiempo en que se hablaba abiertamente, en que "amistad" significaba confiarse sin tapujos, decirlo todo sin hacer cálculos sobre lo que "es o no es conveniente". Los viejos se morían y nosotros íbamos a vivir eternamente jóvenes. Sabíamos de memoria estrofas enteras de poemas famosos, frases grandilocuentes de Ingenieros, y me prestaste un libro para que me enamorara de "la casa en la cascada" diseñada por Wright. Las injusticias nos sublevaban y nos metíamos en camisa de once varas peleándonos a los gritos con un taxista que no quería levantar a una pasajera morenita con una enorme bolsa de ropa. Le pagábamos diez vueltas de calesita a un chico de zapatillas rotas...; íbamos a transformar el mundo...
No sabía quiénes eran los hermanos Marx y me llevaste a ver "Una noche en Casablanca"; me reí tanto que me caí de la butaca. Era la primera vez que me ponía pestañas postizas, se me despegaron, las guardaste en el bolsillo de tu saco y nunca más las encontramos.
¡Vivir era tan fácil!
Era... mirar el reloj quinientas veces para que se hiciera la hora de salir del trabajo. Era olvidarnos de las obligaciones cuando poníamos un pie en la calle. Tararear las canciones de moda, tratar de descifrar los símbolos de Bergman, fascinarnos con "Hiroshima mon amour", dejar el tocadiscos en automático para que se repitiera cincuenta veces un disco de Louis Armstrong, caminar por las calles del barrio a un metro de distancia para que el vecindario no nos inventara un romance, tentarnos de risa y reír hasta perder las fuerzas y el aliento...
Nunca más volví a reírme así...
Y nada es tan gracioso, ni tan asombroso, ni nuevo, ni refulgente...
Ahora los amigos tienen ocupaciones que les impiden dedicar una larga tarde a una charla sin rentabilidad. Nadie dice exactamente cuánto gana, cuánto gasta, cuándo se va de viaje, qué quiere, qué sueña, a qué le tiene miedo.
Porque nosotros no teníamos miedo; solamente belleza y omnipotencia...
Pero ahora el miedo está en medio de las cosas que hacemos, que tocamos, que queremos.
No lo creerías..., pero lo que dábamos a manos llenas seguros de que conseguiríamos más, siempre más... hoy se guarda como un tesoro irrepetible: fe, ternura, compañía, cariño, ayuda, tiempo. Son ingredientes raros en el mundo de los adultos.
Las chicas... se casaron, e invitan a sus casas a los jefes de sus maridos para quedar bien; van a la peluquería dos veces por semana y llevan a los hijos a guitarra, inglés, equitación, danzas, además juegan canasta, bridge y golf (juego muy conveniente para que los consortes atrapen clientes para el diván o el bufete de abogado o la operación de plástica)...
Los muchachos saludan con un beso en el aire, a medio centímetro de la mejilla cuando cada muerte de obispo los encuentro por la calle; sacan pecho, hunden la panza; lo que no pueden -muchos de ellos- es "sacar pelo" que ya les ralea.
Ninguno puede esperar, los ojos en el cielo de la noche, que caiga una estrella para pedirle tres cosas.
Ninguno puede llegar al hormiguero arrastrándose pacientemente detrás de cinco hormigas cargadas con pedacitos de pétalos de rosa.
Hablarles a las plantas para que no se marchiten; tender el oído en el aire fino de la tarde, como una red, para atrapar las mil variantes del canto de los pájaros en una alejada casa de campo...
No, no quiero engañarte... yo me parezco mucho a ellos... también me han vencido, también he claudicado algunas veces, y al mirarme al espejo no siempre encuentro ese brillo de lentejuela loca que animaba mis ojos... Pero trato de no traicionar del todo a los rosales y a las alas.
Cada tanto me quedo sola en esta casa que amo, lejos de la ciudad, con un tren que a cada hora pasa por el fondo sacudiendo las paredes, una hoja de roble que cae... que no cae... que se agita en la brisa como una pandereta anunciando el otoño; una abeja que se acerca peligrosamente a mi vestido confundida por su color de flor; el olor de los pinos, de la tierra húmeda, de mi cuerpo soleado...
Ay, amigo... sólo los viejos se morían y vos no supiste esperar...
Hace ya tantos años... cuando sólo los viejos se morían, suspendiste tu gesto de asombro y rabia para siempre en la sala de guardia de un hospital, Jota Eme Be: accidentado.
Ay, amigo, ¿cómo serías ahora? ¿Cuánto tiempo tendrías para estudiar jazmines? ¿Cuánto apuro en tu beso al cruzarnos por la calle? ¿Cuánta sed de palabras? ¿Cuánta luz? ¿Cuánto encuentro?
Silencio, shh... no movamos el aire... que se asusta, y a mí me gusta tanto, todavía, mirar al colibrí de verde plata bebiéndole el azúcar a las lilas...
Autora: Poldy Bird