DIFERENTE
Iba a llamarse Leandro, y las dos abuelas llenaron un canasto con batitas blancas, celestes y amarillas tejidas por ellas, primorosamente, con puntos delicados y difíciles, compi-tiendo, midiendo cada una la habilidad de la otra.
Iba a llamarse Leandro como el bisabuelo de Marcelo.
Ni siquiera habían pensado en un nombre de mujer.
Porque sería varón.
Todos en la familia querían un varón.
Daniela recuerda la sala de partos.
Las fuertes luces reflectoras sobre ella.
Su miedo de primeriza.
La frente transpirada del médico.
Y por sobre todas las cosas, el silencio... ese silencio macizo como una piedra que sucedió al nacimiento.
Y el sobresalto de pensar que tal vez... que quizás el chico hubiera muerto...
Sólo mucho después, cuando un leve lloriqueo le indicó la presencia del hijo, el médico murmuró "Es varón". Y en vez de entregarlo a sus brazos que aguardaban, ansiosos, unas enfermeras se lo llevaron "para bañarlo".
Antes de que se lo llevaran a su cuarto, Marcelo le dijo: "Tenemos que hablar. Es grave". ¡Quiero a mi niño, a mi Leandro! ¡Ordénales que me lo traigan!
- Dani, Daniela... oime... el nene... nació enfermito... no es como los demás, ¿Sabés? Es... diferente...
A Daniela no le importó que fuese mogólico.
Solo quería abrazarlo, llamarlo con el nombre que habían elegido, cuidarlo, protegerlo.
- Mi pobrecito Leandro desvalido, mi querido, mi hijito, pedacito de mi corazón...
No fue fácil para Marcelo aceptar que su hijo fuese "diferente". No fue fácil para los abuelos, para los tíos, para los amigos.
Tampoco fue fácil para Daniela.
Sólo que los demás veían en Leandro "un problema", y Daniela veía en él a un niño, a un pequeño que le pertenecía, y no tenía la obligación suprema de ser igual a los demás para ser querido, para ser respetado y tenido en cuenta.
La mayor sabiduría de Daniela consistió en seguir los mandatos de su instinto, no avergonzarse de ese hijo y conseguir con su actitud firme y dedicada, que todos aquellos parientes y amigos aceptaran y quisieran al niño sin reservas ni discriminación.
Y yo hago mío su razonamiento:
"¿Es necesario, en este mundo, que todos sean iguales? ¿Acaso todas las personas tienen un magnífico coeficiente intelectual? ¿O los varones son Charles Atlas y las niñas Miss Universo? ¿Sólo tienen derecho a la felicidad los seres hermosos? ¿La estética y la inteligencia son más valiosas que la sensibilidad, la bondad, y esos sencillos valores invisibles que hacen bellos por dentro a los seres humanos?
Mi hijito es alegre, feliz, demostrativo.
Está lleno de amor para dar y es capaz de recibir todo el amor que le damos.
Esto es mucho más que lo que puedo decir de numerosas personas egoístas y crueles que conozco.
Sé que él nunca tendrá un intelecto más maduro que el de un chico de ocho o nueve años.
¿Y no conocés vos a mucha gente que jamás ha madurado más que eso, a pesar de no haber nacido deficiente?
Leandro no va a ser médico ni abogado ni escritor ni banquero.
Pero tal vez pueda llegar a ser un magnífico jardinero, porque adora las plantas, como yo. O será carpintero, como mi padre.
Pero lo que nunca será, nunca, es un estafador, un delincuente, un malvado... Porque sus maestros y su familia, estamos empeñados en la importante tarea de hacerlo bueno, y dichoso".
Poldy Bird- Argentina