Por Anthony de Mello
* El dueño de un almacén oyó cómo uno de sus dependientes
le decía a una clienta:
-No, señora, ya hace bastantes semanas que no la tenemos,
y no parece que vayamos a tenerla en unos cuantos días…
Horrorizado por lo que había oído, el dueño se precipitó
hacia la clienta cuando ésta se disponía a salir, y le dijo:
-Disculpe usted al dependiente, señora. Por supuesto que
la tendremos muy pronto. De hecho, hemos cursado un
pedido hace un par de semanas…
Luego se llevó al dependiente y le regañó:
-¡Nunca jamás se le ocurra decir que no tenemos algo!
¡Si no lo tenemos, diga que lo hemos pedido y que
lo estamos esperando! Y ahora dígame
¿qué es lo que quería esa señora?
-Lluvia -respondió el dependiente.
Habríamos dado un gran paso si, ante todo, habláramos
menos y escucháramos más y no diéramos por supuesto
que sabemos de lo que el otro está hablando
* Anthony de Mello es un personaje inclasificable -pero que
irá encontrando su lugar con el transcurso del tiempo.
Nacido en India en 1931, y fallecido en Nuewa York en 1987
-dónde estaba imparetiendo un curso-, se formó como
sacerdote jesuita en su India natal para pasar a abrir un centro
de orientación pastoral en Lonavla, al mismo tiempo que escribía
su primer libro sobre meditación y ejercicios espirituales.
De mente inquieta y casi revolucionaria, De Mello prosiguió su
formación personal interesándose por diversas tradiciones
religiosas asiáticas y del Medio Oriente. Captó enseguida
que los cuentos y los pequeños relatos -nacidos en la profunda
noche de los tiempos, como una forma de transmisión
de enseñanzas-, seguían siendo tan válidos y necesarios hoy
en día como lo habían sido siempre. Es por ello que muchos de
los libros que siguió escribiendo De Mello fueron una
recopilación y adaptación de estas enseñanzas de origen
sufí y zen, relatos del medio oriente, dichos y hechos
que aparecen en las leyendas hindúes y también de las mismas
enseñanzas cristianas y judías.
El común denominador entre todos estos cuentos breves
-generalmente de una sola página- es su cualidad paradójica.
Con ello, Toni pretendía ofrecer un revulsivo a las personas
que sentían un interés en la espiritualidad, pero que tenían las mentes
adormecidas; consciente del embotamiento que había producido
en el cristianismo occidental décadas de formalismo moral y doctrinal,
sabía que para que la fuente de los prodigios brotara de nuevo hacía
falta remover los rescoldos del fondo del pozo. Y este es el efecto
que producen sus narraciones: una confusión paradójica que
apunta a un despertar.
Tarde o temprano estas enseñanzas tradicionales -y revolucionarias-
encontraron sus detractores, que acusaron a De Mello de olvidar el
aspecto formal de la religión cristiana para lanzarse a una exploración
sin límites que diluía las enseñanzas de unas y otras religiones.
Algo de cierto habrá en ello, pues algunos cuentos apuntan a un
lugar que va más allá de la doctrina: abren un espacio al misticismo,
en el que encuentran su fuente diversas tradiciones espirituales.
Aun así, y quizás por este motivo, la aceptación popular de sus
libros ha sido más que fenomenal: han sido traducidos a más de
40 idiomas de todo el mundo, y muchas personas
-cristianas o agnósticas-, han reconocido que Anthony de Mello tendió
un puente espiritual entre oriente y occidente -un puente que tiene
circulación en ambos sentidos.
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