Decía San Francisco de Asís que existen tres niveles de perdón que debíamos cumplir para decir hemos perdonado.
Primer Nivel: “Perdonar a Dios”
No porque Dios haya hecho malo, sino por todas las cosas que lo hacemos culpable cuando decimos cosas como:
"¿Por qué permites esto?" "¿Por qué a mí?", "¿Por qué te lo llevaste?".
Segundo Nivel: “Perdonar a quienes te han hecho daño”
Sí, a todos quienes en algún momento nos hirieron, dañaron, mintieron o dieron la espalda.
Recordando aquello que nos dolió sin que ello nos duela, sin que abra de nuevo la herida.
Erróneamente se dice que perdonar es "olvidar" y nada es más falso que eso.
Si esperas a olvidar algo para perdonarlo, morirás sin haber perdonado, porque la memoria
no se puede borrar. Perdonar es recordar sin que esa espada lastime nuevamente, y no sentir deseos
de venganza, ira, o resentimiento con esa persona.
Tercer Nivel: “Perdonarte a ti mismo”
Es extraño, pero una de las personas con quienes somos menos condescendientes y mostramos
menos misericordia es con nosotros mismos. Muchas veces pedimos disculpas y somos perdonados,
pero seguimos sintiendo que somos los más malos del mundo.
Este es el más difícil de todos los niveles, porque conlleva a aceptarnos como seres humanos,
con errores e imperfecciones.
Debemos entender que no vinimos al mundo a ser perfectos, vinimos al mundo a ser humanos y
buscar ser santos como Dios lo es.
Un sacerdote amigo me dijo una vez que mi naturaleza es buena, santa. Que todo lo que me haga actuar mal es un error,
pero nunca, porque mi naturaleza sea hacer el mal.
Pues bien, es un buen día para iniciar un camino al perdón pleno, que nos haga libres de ataduras y dolores que
arrastramos desde hace mucho tiempo.
El rencor es ese peso que no nos permite levantarnos hacia un encuentro real y verdadero con Dios.
Este día es una preciosa oportunidad de vivir, y para ello, necesitamos perdonar.
¡¡Perdona y levántate hacia una mejor y verdadera vida. Plena y cerca de Dios!!
Autor: ©Arturo Quirós Lépiz