HOGAR Y FAMILIA
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El amor empieza al dedicarnos a aquellos a quienes tenemos a nuestro lado: los miembros de nuestra propia familia.
Preguntémonos si somos conscientes de que acaso nuestro marido, nuestra esposa, nuestros hijos, o nuestros padres viven aislados de los demás, de que no se sienten queridos, incluso viviendo con nosotros. ¿Nos damos cuenta de esto? ¿Dónde están hoy los ancianos? Están en asilos (¡si es que los hay!). ¿Por qué? Porque no se los quiere, porque molestan, porque...
La mujer ha sido creada para amar y ser amada. La mujer es el centro de la familia. Si hoy existen problemas graves, es porque la mujer ha abandonado su lugar en el seno de la familia. Cuando el hijo regresa a casa, su madre no está allí para acogerlo. ¿Cómo podremos amar a Jesús en el prójimo si no empezamos por amarlo en las personas que tenemos a nuestro lado, en nuestro propio hogar?
No es necesario desplazarse hasta los suburbios para tropezar con la carencia de amor y encontrar pobreza. En toda familia y, vecindario existe alguien que sufre. Háganme caso: si no prestan un sacrificio gratuito a quienes están a su lado, tampoco se lo podrán ofrecer a los pobres.
La palabra "amor" es tan mal entendida como mal empleada. Una persona puede decir a otra que la quiere, pero intentando sacar de ella todo lo que pueda, incluso cosas que no debería. En tales casos no se trata en absoluto de verdadero amor. El amor verdadero puede llegar a hacer sufrir. Por ejemplo, es doloroso tener que dejar a alguien a quien se quiere. A veces puede incluso tenerse que dar la vida por alguien a quien se ama.
Quien contrae matrimonio tiene que renunciar a todo lo que se opone al amor a la otra parte. La madre que da a luz a un hijo sufre mucho. Lo mismo sucede con nosotras en la vida religiosa: para pertenecer por completo a Dios tenemos que renunciar a todo: solo así podemos amarlo verdaderamente. Si queremos verdaderamente la paz, debemos adoptar una resolución firme: no consentir que un solo niño viva privado de amor.
Me temo que no existe conciencia de lo importante que es la familia. Si se instalase el amor en el interior de la familia, el mundo cambiaría para bien. Los jóvenes de hoy, como los de cualquier tiempo, son generosos y buenos. Pero no debemos engañarlos estimulándoles a consumir diversiones. La única manera de que sean felices es ofrecerles la ocasión de hacer el bien. El amor comienza por el hogar. Si la familia vive en el amor, sus miembros esparcen amor en su entorno.
Señor, enséñame a no hablar como un bronce que retumba o una campanilla aguda, sino con amor. Hazme capaz de comprender y dame la fe que mueve montañas, pero con el amor. Enséñame aquel amor que es siempre paciente y siempre gentil: nunca celoso, presumido, egoísta y quisquilloso. El amor que encuentra alegría en la verdad, siempre dispuesto a perdonar, a creer, a esperar, a soportar. En fin, cuando todas las cosas finitas se disuelvan y todo sea claro, haz que yo haya sido el débil pero constante reflejo de tu amor perfecto.
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