Heridas de la luz, caminos lentos por donde anduvieron nuestros cuerpos, un deseo que creció bajo los ojos de cualquier madrugada.
Allí siguen los objetos que oyeron el sonido de la lujuria en la penumbra, el ancho lecho en que ardieron los astros, los minutos que se fueron cayendo de tus manos.
Después, las calles se olvidaron de los ecos.
B Bernabé
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