Rompiendo horizontes, perpetuando una tradición que nunca les dio nada, llegaban con sus bocas transparentes —tiernas fieras al acecho— en busca de otra herida que les restaure a la vida: el castizo vudú del amor
Modistillas de escaparate, rodeaban el lateral izquierdo del deseo —caminata celestial— ojos abiertos como gaviotas, —trece lágrimas de argenta— con la mano oculta, aún sin mancha delatora.
Sentían frío del espacio, la carne vacía era su propia metáfora y allí, jugando con espejos, rodeadas de tanta multitud, se bautizaban un año más en el agua del abandono.
Si aquella fuente fue la vida —sacrílega, cruenta, callada— ¿qué hacer aquí arrastrando el cansancio ardiente de vivir?
¡Tanta buena esperanza! ¡Tanto humo blanco! Y al final, la vida es tan sólo esto: una finísima palabra adherida en un alfiler de sangre.
B Bernabé
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