EL PERRO
Uno de los pasos geniales dados por
la soledad humana, ha sido la domesticación del perro.
¿Quién tuvo la idea?
Ciertamente alguien que vivía muy
solitario y que necesitaba otro ser para manifestar sus afectos y compartir el
humano dolor.
Y aquí dio en la tecla: el can se
transformó en un compañero capaz de responder a cualquier comunicación.
Solamente le falta hablar. Si él
pudiera expresar con palabras, la sabiduría que tiene acumulada, sería hasta
más profunda y esencial que la nuestra.
Quedaríamos con el complejo de haber
sido superados por ese animal que de nosotros aprendió a ser humano. El perro
todo lo dice con sus medios limitados: boca, orejas, patas y especialmente con
el rabo.
Cuando está alegre, jadea con la boca
muy abierta y la lengua afuera.
Las orejas se inclinan mansamente y
la colita se agita locamente.
Si está triste o es regañado, pone el
rabo entre las patas, cierra la boca, baja la cabeza y se aleja entristecido
arriesgándose, de vez en cuando a mirar para atrás; para ver si hemos cambiado
de idea.
Cuando hay ruidos ultrasónicos, a la
menor alarma se levanta, endereza las orejas, olfatea y ladra hacia arriba
comunicándose con otro perro lejano que nosotros ni siquiera escuchamos.
Pero lo que nos inquieta es la mirada
fija y directa de nuestra mascota, la forma en que se afirma a sí mismo y nos
dirige la pregunta crucial: "Yo te soy fiel con mi amor hacia tu
persona"
Y tú ¿me eres fiel?
Nos quedamos avergonzados. Por otra
parte, amor fiel es una redundancia. Cualquier amor, si es real, siempre es
fiel, de otra manera nunca fue amor.
(desconozco su autor)