Esos labios se abrieron en un grito, con angustia y dolor agonizante: “TENGO SED” en un tono suplicante, con un ruego mortal, triste... infinito.
Por tu gran sed, bebiste ácido vino, profanando tu boca tan divina... moribunda tu voz tan cristalina, ¡Ingrato, infame y cruel fue tu asesino!.
El cielo trepidó con mil centellas por el hijo de Dios tan ultrajado, mi Jesús amoroso y bien amado, que del amor legaste hermosas huellas.
Sobrellevaste escarnios y tormento, escindieron tu carne tan preciosa y una lanza asesina muy filosa... mancilló tu costado, cruel momento.
Luz eterna que nunca será extinta, tu resplandor dará vida, a este mundo, un legado perfecto y tan profundo... ...que dejaste tu firma en roja tinta.
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