Bopsy
La joven madre
miraba fijamente a su hijo, que estaba muriéndose de
leucemia.
Por más que tuviera
el corazón lleno de tristeza, también tenía un intenso sentimiento de
determinación. Como cualquier padre o madre, quería que su hijo creciera y
pudiera cumplir todos sus sueños, pero eso ya no sería posible: la leucemia lo
impediría. Sin embargo, ella seguía queriendo que se cumplieran los sueños de su
hijo.
Cogió la mano del
pequeño y le preguntó:
—Bopsy, ¿has
pensado alguna vez qué querrías ser cuando crecieras? ¿Has soñado con lo que te
gustaría hacer en la vida?
—Mami, yo siempre
quería ser bombero cuando creciera.
Ella le sonrió y
dijo:
—Vamos a ver si
podemos conseguir que tu deseo se realice.
Ese mismo día, más
tarde, se fue al cuartel local de los bomberos de su pueblo, Phoenix, en
Arizona. Allí habló con Bob, un bombero que tenía el corazón tan grande como
todo el pueblo. Le explicó cuál era el último deseo de su hijo y le preguntó si
sería posible que el pequeño diera una vuelta a la manzana en uno de los
camiones de bomberos.
—Vamos —dijo Bob—,
podemos hacer algo mucho mejor. Si usted tiene listo al niño el miércoles
próximo a las siete de la mañana, lo nombraremos bombero honorario durante todo
el día. Puede venir al cuartel de bomberos, comer con nosotros y acompañarnos
cada vez que salgamos. Y si usted nos da sus medidas, le encargaremos un
verdadero uniforme de bombero, con un sombrero de verdad, no de juguete, con el
emblema de los Bomberos de Phoenix, un impermeable amarillo como el que nosotros
usamos y botas de goma. Como todo eso se fabrica aquí, en Phoenix, lo tendremos
muy pronto.
Tres días después
el bombero Bob fue a buscar a Bopsy, le puso su uniforme de bombero y lo
acompañó al camión, que los esperaba con todo su equipo. Bopsy, sentado al fondo
del camión, ayudó a conducirlo de nuevo al cuartel. Se sentía en el
cielo.
Ese día, en
Phoenix, hubo tres alarmas de incendio, y Bopsy salió con los bomberos las tres
veces. Fue en los diferentes vehículos, en el del equipo médico e incluso en el
coche del jefe de bomberos. Además, le grabaron un vídeo para el noticiero
local.
El hecho de haber
visto realizarse su sueño, unido a todo el amor y la atención que le prodigaron,
conmovió tan profundamente a Bopsy que vivió tres veces más de lo que ningún
médico hubiera creído posible.
Una noche, todas
sus constantes vitales empezaron a deteriorarse de forma alarmante y la jefa de
enfermeras, que defendía la idea de que nadie debe morir solo, empezó a llamar a
todos los miembros de la familia para que acudieran al hospital. Después, al
recordar el día que Bopsy había pasado como bombero, llamó al jefe para
preguntarle si sería posible enviar al hospital un bombero de uniforme para que
acompañara a Bopsy en sus últimos momentos.
—Podemos hacer algo
mejor —respondió el jefe—. ¿Quiere usted hacerme un favor? Cuando oiga las
sirenas y vea los destellos de las luces, anuncie por el sistema de altavoces
que no hay un incendio; es sólo que el personal del departamento de bomberos
viene a ver por última vez a uno de sus miembros más valiosos. Y no olvide abrir
la ventana de la habitación de Bopsy. Gracias.
Cinco minutos
después, un camión llegó al hospital, extendió la escalera hasta la ventana de
Bopsy, en la tercera planta, y por ella treparon los dieciséis bomberos. Con el
permiso de su madre, todos fueron abrazándolo y diciéndole, uno tras otro,
cuánto lo querían.
Con su último
aliento, Bopsy preguntó, levantando los ojos hacia el jefe de
bomberos:
—Jefe, ¿ahora ya
soy un bombero de verdad?
—Claro que lo eres,
Bopsy —le confirmó el jefe.
Al oír aquellas
palabras, Bopsy sonrió y cerró los ojos.
