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Hora ciega
Quisiera abrir mis venas bajos los durazneros, en aquel distraído verano de mi boca. Quisiera abrir mis venas para buscar tus rastros, lenta rueda comida por agrias amapolas.
Yo te ignoraba fina colmena vigilante. Río de mariposas naciendo en mi cintura. Y apartaba las yemas, el temblor de los álamos, y el viento que venía con máscara de uvas.
Yo no quise borrarme cuando no te miraba pero me sostenías, fresca mano de olivo. Estrella navegante no pude ver tu borda pero me atravesaste como a un mar distraído.
Ahora te descubro, tan herido extranjero, paraíso cortado, esfera de mi sangre. Una hierba de hierro me atraviesa la cara... sólo ahora mis ojos desheredados se abren.
Ahora que no puedo derruir tu frontera debajo de mi frente, detrás de mis palabras. Tocar mi vieja sombra poblada de azahares, mi ciego corazón perdido en la manzana.
Ahora estoy despierto. Nacen al fin mis ojos pisados por el humo, agujereando arañas, duros estratos de algas con muertos veladores que sin cesar devoran sus raicillas heladas.
Y te cruzo despierto, fiero túnel de ortigas, remolino de espadas, vómito de la muerte. Voy asido a las crines de un caballo espinoso que vuela con ciudades quemadas en el vientre.
Voy despierto, despierto y obediente a mis manos, con un río de pólvora cuajado en el aliento, ahora que estoy solo y enemigo del aire, seco, desarraigado, desnudo, combatiendo.
Sara de Ibañez
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