Orar es hablar con el alma, es pronunciar palabras
con el sentimiento en la voz, es cantar una
canción, es pedir con fervor.
Orar es la manera que tenemos los seres humanos
de concentrar nuestros pensamientos impulsados
desde la emoción formando cadenas de sonidos
para que se proyecten desde nuestro interior.
Podemos orar de agradecimiento, de tristeza
o dolor, en silencio o en alta voz, porque de
todas formas estamos llamando a la puerta de Dios.
Orar es una forma, de las tantas que tenemos,
de llegar al espíritu, a los ángeles y
que se unan a nuestra petición.
Cuando oramos debemos evitar otros pensamientos
que no sean aquellos a los que remite nuestra intención,
primero con la mente en blanco, con los ojos
entornados y fijando un punto en nuestro corazón,
empezamos con voz serena y quedamente, como
emitiendo un susurro, despacio, hablando con Dios.
Muchas veces en la vida necesitamos ese espacio
de soledad y recogimiento interno.
El mundo con sus sociedades y sus voces por todas
partes inundan nuestros sentidos y no nos damos
cuenta del momento en que podemos estar a
solas, para encontrarnos con nuestros recuerdos,
con nuestras fantasías, con esos momentos de paz interior.
Y orar es darse tiempo en la vida para acomodar
las raíces de nuestras fuerzas, porque conecta con
la vida misma en su infinita base mayor,
la misma que une a todos los seres desde
las estrellas hasta la vida invisible pasando
por todo lo conocido y todo lo que
todavía no hemos llegado a conocer.
Renueva tu alma entonces, date tiempo para decir
una oración, conecta tu alma a la sintonía del único
canal de Dios. Es el mismo que conduce
todos los tiempos y todas las vidas, desde el ancestro
desaparecido hasta el ángel que vendrá, porque está
presente en tu voz, en tu pensamiento y en tu corazón.
Dale a la llave del motor que impulsa tus sueños,
gírala despacio, comienza con una oración.
© Miguel Ángel Arcel