

Penumbra
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A veces era un tálamo siniestro, la luna pavorosa, el terraplén donde las manos nos sudaban de repente al brincar al otro lado, el musgo crecido sobre el hormigón de la baranda, las espinas del limonero en los brazos o a veces sólo el rostro que hizo el viento al ondear la hierba en ambos lados del camino.
Él estaba en todas partes, como el polvo.
Las cosas emigraron con el tiempo, esa herida del tapiz, una mancha de madera en la pared y el espejo roto de vergüenza.
Debí entonces aprender que para no perdernos hay que abrazarnos al cuerpo de los que no están.
Adelaida Caballero

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