A veces se sentía sola, rodeada de gente, pero sola.
Parecía fuerte, pero por dentro era como de cristal.
Se odiaba, le desesperaba su manera de caminar, comer
y su estado anímico tan cambiante, casi bipolar;
pero si había algo que llevaba al extremo el odio por ella misma era,
sin dudas, su inseguridad.
No confiaba en nadie después de tantas decepciones.
Quería dejar de sufrir, y para eso, era necesario dejar de sentir.
Fue entonces cuando su corazón se enfrió,
se encerró en su mundo y sin ganas de seguir.
Al poco entendió que realmente nada es para siempre,
esperaba que tampoco el dolor lo fuera.
Sus ojos reflejaban un vacío,
miraba hacia la nada, pensaba en todo, se martirizaba sola,
le gustaba estar sola.
Pero aun así quería, rogaba, necesitaba ser amada,
pero claro ni ella misma lo hacía.
Entonces llega alguien, la persona que realmente llega
y entiende su mirada al vacío, sus silencios ásperos,
sus vicios y virtudes.
Ella se sentía rara a su lado, era diferente.
Desde que apareció, su vida dio un giro de ciento ochenta grados,
ya nada sería como antes.
Ella sentía miedo, y lo único que él quería era quebrar sus barreras
indagar en sus rincones ocultos
y poco a poco curarle sus heridas.
La amó así, misteriosa, complicada
y arrogante solitaria, amó su infierno.
Le enseñó a quererse, la llenó de su amor.
Él la devolvió a la vida y con ganas de vivir.
Colaboración de tani