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Estaba
apurada. Entré corriendo al comedor con mi mejor traje, dispuesta a
preparar la reunión de la tarde. Gillian, mi hijita de cuatro años,
bailaba al son de una de sus canciones favoritas, ‘Cool’, la
melodía de West Side Story.
Yo estaba apurada, a punto de llegar tarde. sin embargo, una
vocecita en mi interior me dijo, ‘detente’.
Entonces me detuve. La miré. Extendí la mano, tomé la suya, la
hice girar. Mi hijita de siete años, Catalina, entró en nuestra órbita
y también la tomé de la mano. Las tres danzamos frenéticamente
alrededor del comedor y el salón.
Reíamos y girábamos. ¿Los
vecinos verían esta locura por la ventana? No importaba. La canción
terminó en forma espectacular y con ella nuestro baile. Les di unas
palmaditas y las envié a bañarse.
Subieron las escaleras tratando de recobrar el aliento mientras las
risas rebotaban en las paredes. Regresé a mi trabajo. Estaba
inclinada intentando guardar todos los papeles en el maletín,
cuando escuché que mi hija menor le decía a su hermana:
- Catalina, mamá es la más mejor, ¿verdad?
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