Dios es la fuente de la abundancia infinita. La prosperidad es mi derecho de nacimiento; yo estoy conectado inevitablemente a la Fuente infinita. La verdadera abundancia no es materialidad sino riqueza en Espíritu. Busco primeramente el reino de Dios.

Ciertamente, busco el reino cuando voy en pos de la alegría, el amor y la paz. Avivo estos frutos espirituales en mí y los aprecio en otros. Comparto gozosamente los dones y las habilidades con las que Dios me ha dotado.

En mis interacciones diarias, en mi iglesia y en mi comunidad, encuentro oportunidades para ofrecer servicio. Al hacerlo, descubro que los frutos del Espíritu aumentan en mi vida, ¡y experimento la verdadera prosperidad!

Ante un desafío, sé a Quien acudir. El Cristo en mí sabe que nada es imposible para Dios. Al avanzar, tengo presente que he de comenzar cualquier objetivo con fe. Los deseos de mi corazón siempre buscan expresión. Al orar, libero cualquier idea preconcebida de cómo debe llegar lo que anhelo. Independientemente de lo que surja, tengo fe en que mi mayor bien se está manifestando.

Siento paz y confianza según me dejo llevar por la guía divina que me dirige hacia mi mayor bien. Libero cualquier preocupación sobre los resultados. Me siento seguro y sustentado por la gentil y amorosa presencia sagrada que mora en mí. Tengo presente que Dios se expresa en mí y como yo para fomentar y establecer el bien.

A lo largo de mi día puedo pensar en un amigo, recordar a alguien de mi infancia o ver en las noticias historias de dolor o triunfo. Cada situación me ofrece una oportunidad única para mantener a alguien en la energía sagrada de la oración.

Tal vez tome un momento para enviar una bendición a un ser querido o envolver en pensamientos de amor a alguien que esté pasando por un desafío. Inclusive, puedo tomar un instante para sanar un recuerdo hiriente y resolver perdonar a la persona quien tuvo un papel en lo que sucedió.

Gracias a la energía de la oración comparto el espíritu de unidad y amor divino que conecta a toda vida.

La gratitud es un don que puedo utilizar en cualquier momento y cultivar con práctica. Ser agradecido puede cambiar mi vida. Al mirar a través del lente del agradecimiento, veo el mundo en una nueva luz; claro y abierto en vez de nublado y oscuro.

De la misma manera como puedo cambiar el enfoque de una cámara con un simple giro del lente, puedo cambiar el enfoque de mi vida con la gratitud. Hoy me siento agradecido por la bondad en mí y a mi alrededor. Siento aprecio por las personas y la belleza que llenan mi vida.

Al ver a través del lente de la gratitud, mi vida adquiere nuevo significado y alegría. Un mundo nuevo espera que lo explore y experimente. Determino mantener mi atención enfocada en mis muchas bendiciones.

Si siento estrés o preocupación sobre cualquier tema en mi vida, me detengo un momento para darme cuenta de cómo me siento. Recuerdo que la necesidad de controlar los resultados sólo aumenta la intranquilidad. Elijo ver mi vida desde una perspectiva superior. Tengo presente que el orden divino funciona perfectamente a través de cada manifestación. Declaro orden divino, afirmando el mejor y más alto resultado.

Ahora puedo determinar más claramente qué debo hacer y cuándo tomar acción. En oración, podría recibir orientación para reorganizar mis prioridades o para pedir la ayuda de alguien. Mientras mantengo mi diligencia espiritual, confío en el orden divino. Soy paciente y permito que los eventos de mi vida se desarrollen.

Mi alma encuentra un hogar de paz en mi corazón. Tomo tiempo para disfrutar de dicha paz. Al ritmo del latido de mi corazón, aclaro mis pensamientos y suavizo mis emociones. Cuanto más rápido parece moverse el mundo, más elijo fomentar mi serenidad interior eligiendo conscientemente.

Todo comienza con la decisión de apartarme por un momento del ritmo del mundo. Al hacerlo, mi mente comienza a funcionar de una forma saludable que me mueve en la dirección de resultados beneficiosos. Cuando el estrés diario parece estarse llevando lo mejor de mí, restablezco mi conexión con este espacio tranquilo dentro de mí y descubro una profunda ecuanimidad que me libera. Encuentro un hogar en mi corazón y soy liberado.

Existe el amor romántico, el cual a menudo es representado por la flecha de Cupido, mas el amor que mora en mí es mucho mayor. Tengo una conexión de corazón con mis amigos y mis familiares, con mis mascotas, e incluso con la naturaleza.

Fomento esa conexión con actos amables y considerados. Cuando demuestro compasión a los necesitados y doy de mí mismo en servicio, comparto el amor de Dios. Mis palabras de aliento y positivismo son expresiones afables que surgen de mí para animar a otros. La conexión de corazón más sagrada es la que tengo con Dios. Mediante la oración y meditación, experimento un conocimiento interno de unidad con lo divino. Siento y expreso la calidez del amor absoluto e incondicional de Dios.