Me siento cómodo con la persona que veo en el espejo cada día. Estoy lleno de entusiasmo y gozo por mi trabajo, recreación y tiempo con familiares y amigos; también por la reflexión y el aprendizaje. Mi gratitud crece durante el día según participo en actividades amenas con mis seres queridos.

Al prepararme para descansar doy gracias por un día bien vivido. Más que el dinero o las posesiones, la prosperidad es una conciencia de bienestar, mi habilidad de disfrutar las bendiciones sencillas. Fortalezco mi conciencia de prosperidad. Aprecio y bendigo mi hogar, amigos, familiares y trabajo. Acreciento el fluir de la abundancia compartiendo mi tiempo y talentos. Atesoro poder servir a los demás.

La paz del mundo comienza con la paz que llevo en mi corazón. Expreso mi paz cuando me conecto con el poder divino dentro de mí. Al permanecer centrado en el amor, creo un ambiente de amabilidad, empatía y respeto que se propaga.

Este efecto en cadena motiva a los demás a actuar desde un lugar de bondad y amor en ellos mismos. Empiezo con una sonrisa, recordando las veces que me conmoví por la sonrisa genuina de alguien. Hablo con respeto. Sabiendo que toda las personas tienen opiniones formadas de sus experiencias, trato de ver el mundo con ojos compasivos y afables.

Centro mi intención en hablar solamente palabras de paz. Veo todo a través de los ojos del amor. Yo soy un embajador de paz en el mundo.

Un surfista aprovecha el poder del océano para realizar su emocionante recorrido hasta la costa. Yo también me coloco en el centro de la ola del poder de Dios. No me adelanto al frente de ella forzando mi voluntad, ni me paralizo por el miedo o la inseguridad. Al centrarme en la ola, puedo discernir la respuestas y la dirección que debo tomar.

Me dejo llevar por el gran poder de Dios y navego la ola que es mi guía y dirección interiores. En la oración, desisto de querer saber qué va a ocurrir y confío en que mi bien mayor se está desarrollando. Hago lo que me corresponde, dejando lo más grande a Dios. Presto atención a mi intuición y sigo la guía que recibo. Luego sigo mi motivación interna llevar a cabo acciones con propósito y determinación.

Aferrarse a los resentimientos y remordimientos nubla la mente y cierra el corazón. Las enseñanzas de Jesús sobre el perdón me animan a mantener mi mente y mi corazón afables. Declaro mi intención de perdonar cuando oro y abro mi corazón al amor divino interior. Reconozco mis sentimientos sin juzgarme. Entrego mis pensamientos y emociones a Dios.

Gracias a ésta práctica, el perdón se torna más fácil y el corazón se siente más liviano. También tengo presente ser considerado conmigo mismo por los errores pasados. El perdón allana el camino para la sanación y el gozo en mi vida. La calidez que irradia mi corazón mientras oro, me bendice a mí y a quienes me acompañan.

Mantengo presente el bien mayor de mis seres queridos. Si me pregunto cómo ayudar a quienes me importan, recuerdo el poder de la oración. Él me ayuda a mirar más allá de los retos que puedan estar enfrentando o de las situaciones que preocupen sus corazones. Al orar los entrego al cuidado de Dios —la única presencia y el único poder, su identidad divina.

La oración me mantiene en un estado de paz que me ayuda a tener presente la Verdad. Al comulgar con el Espíritu, mis preocupaciones desaparecen. Afirmo salud, prosperidad y paz. Visualizo el bien más elevado para todos. Siento gratitud al orar y confiar a mis seres queridos a la guía perfecta de Dios.

Cuando siento la presencia de Dios, me siento seguro. Acudo a Su amor como una fuente de consuelo. Dios me ayuda a superar los retos. Siempre estoy conectado al Espíritu divino y siempre puedo encontrar consuelo en Su amor.

Puedo sentir el amor de Dios en mí y a mi alrededor. Lo hago a través de mis relaciones con familiares, amigos, mascotas y la naturaleza. Traigo a mi mente a quienes me brindan su apoyo y recuerdo las veces que me he sentido consolado. Puedo revivir esos recuerdos y experimentar esos sentimientos de nuevo. Utilizo todos mis sentidos para crear una experiencia de consuelo que me ayuda a centrarme en el cuidado y el amor de Dios.

Comparto generosamente el trabajo de mis manos y el amor en mi corazón. Anhelo encontrar formas de compartir mis bendiciones con los demás. Mis regalos no tienen que ser monetarios o materiales. De hecho, los mejores obsequios son a menudo palabras amables, pensamientos amorosos y actos compasivos. El voluntariado, visitar a un vecino, enseñar a un niño o servir en mi comunidad espiritual motivan mi corazón.

Expreso mi amor al dar. Mantengo mi mente centrada en Dios y abierta a ideas divinas. Invito al bien a mi vida y soy guiado a compartirlo. Al orar, recibo la bondad de Dios en su mayor medida. Yo soy un conducto de Sus bendiciones hacia el mundo. ¡Vivo con el gozo de dar!

Si el miedo o la preocupación infiltra mi mente, dirijo mis pensamientos hacia Dios. Al hacerlo me siento protegido y seguro, ya que recuerdo que el amor y el poder de Dios moran en mí. Al orar afirmo que la luz divina me guía todo el tiempo. Nada que enfrente en la vida es más grande que Dios.

Sé que el poder divino está disponible para mí. También sé que esa verdad aplica a mis seres queridos. Los entrego a la presencia de Dios con esta oración “Donde quiera que se encuentren, Dios está”. Mis palabras los envuelven en la presencia del amor divino que mora en ellos.

Dicho amor los mantiene seguros sin importar lo que enfrenten. Tengo plena fe que pueden superar valientemente cualquier desafío.

Los actos de bondad me inspiran, donde quiera que los vea. Aun si no me benefician directamente, las acciones que con-mueven mi corazón y me instan a servir me bendicen. Busco oportunidades para ser un arcoíris de gozo y animarle el día a alguien. Para ofrecerle aliento o solo para vincularnos como seres humanos.

Aunque puede que nunca sepa cuánto significa para ellos, comparto mi amor y mi luz. Recuerdo con gratitud cuánto han significado para mí los actos de amabilidad y generosidad. Esos recuerdos me motivan a ser una presencia inspiradora y a honrar la divinidad de todos. Mis manos y mi corazón están abiertos en un espíritu del servicio a los demás. Estoy inspirado a hacer del mundo un lugar más afable.