Amores de verano: ¿pasiones efímeras con fecha de caducidad?
Hay amores que aunque duren un verano valen una vida entera. Porque amar siempre merece la pena, y sobre todo la alegría. Esas experiencias que disfrutamos a veces en épocas estivales nos dan rodaje, experiencia y son legados maravillosos para la memoria.
Quien más y quién menos ha tenido alguna experiencia con los amores de verano. Son esas historias que vivimos con intensidad, pero sabiendo, a menudo, que tenían fecha de caducidad. Sus imágenes y el recuerdo de esas sensaciones vienen casi siempre asociadas a las letras de una canción, al olor del salitre o al sabor de unos besos dados en noches de complicidad que culminaban en plácidos amaneceres.
Esas pasiones estivales suelen tener su primera aparición en nuestra adolescencia, momento en el que dichas vivencias llegan de manera reveladora para marcarse a fuego en nuestra memoria emocional. Sus finales, como las propias tormentas de verano, pueden ser todo un cataclismo de emociones contrapuestas; pero todo lo vivido merecerá la pena. Porque muchos tuvieron con esos amores fugaces buenas oportunidades de aprendizaje vital, de ese que no siempre se aprende en los libros.
Las aventuras de verano, en realidad, pueden surgir en cualquier momento sin importar siquiera que ya peinemos canas. De hecho, según los expertos estas pasiones surgen por unas razones muy concretas. Una de ellas nos parece sin duda fascinante: en verano, hay una mayor disposición hacia el amor. Puede que nosotros no nos demos cuenta, pero cuando nuestro cerebro se siente libre de las cadenas de la rutina, del estrés y las obligaciones, es más receptivo y está abierto a nuevas experiencias…
«Tarde de verano; para mí estas han sido siempre las dos palabras más hermosas…»
-Henry James-