En el año de 1531, una señora del cielo, excelsa, envuelta en manto de estrellas se le apareció a un indígena mexicano en el cerro del Tepeyac.
El indio de nombre Juan Diego, no sabía que la misma Virgen María había aparecido ante sus ojos.
"Era sábado muy de madrugada cuando Juan Diego venía en pos del culto divino y de sus mandatos a Tlatilolco.
Al llegar junto al cerrito llamado Tepeyacac, amanecía; y oyó cantar arriba del cerro; semejaba canto de varios pájaros; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía.
Su canto, muy suave y deleitoso, sobrepasaba al del coyoltóitotl y del tzinizcan y de otros pájaros lindos que cantan.
Se paró Juan Diego para ver y dijo para sí: “Por ventura soy digno de lo que oigo?, Quizás sueño?, Me levanto de dormir?, Dónde estoy?, Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores?, Acaso ya en el cielo?”
Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo, de donde procedía el precioso canto celestial. Y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrito y le decían: “Juanito, Juan Dieguito.” Luego se atrevió a ir a donde le llamaban. No se sobresaltó un punto, al contrario, muy contento, fue subiendo el cerrillo, a ver de dónde le llamaban.
Cuando llegó a la cumbre vió a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara. Llegado a su presencia , se maravilló m ucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el risco en que posaba su planta, flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas; y relumbraba la tierra como el arco iris.
Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar parecía n de esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.
Se inclinó d elante de ella y oyó su palabra, muy suave y cortés, cual de quien atrae y estima mucho.
Ella le dijo: “Juanito, el mas pequeño de mis hijos, dónde vas?” El respondió: Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Señor”.
Ella luego le habló y le decubrió su santa voluntad. Le dijo: “Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive: del Creador cabe quien está todo: Señor del cielo y de la tierra.
Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre, a tí, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mi confíen; oír allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores.
Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del Obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que deseo, que aquí me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído.
Ten por seguro que te lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato hijo mío el mas pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo."
Juan Diego contestó: "Señora mía, ya voy a cumplir tu mandato; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo." Luego bajó, para ir a hacer su mandato; y salió a la calzada que viene en línea recta a México."
Esa fue la primera aparición de la Virgen en suelo mexicano. Otras tres siguieron.
En la última aparición, la Virgen pidió a Juan Diego subir al cerro a cortar flores como prueba para que enviara al Señor Obispo.
La sorpresa fue mayor cuando en el árido cerro brotaron hermosas rosas de Castilla. La Virgen dijo: “Hijo mío el mas pequeño, esta diversidad de flores es la prueba y señal que llevarás al Obispo.
Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla.
Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas.
Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrito, que fueras a cortar flores, y todo lo que viste y admiraste, para que puedas inducir al prelado a que dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido.”
Al llevar Juan Diego las flores envueltas en su tilma al Obispo, el milagro ocurrió: en aquella tela rústica, quedó plasmada la imagen de la Virgen Maria.
Este acto, ha quedado grabado en el pueblo mexicano , cuando una "Señora del Cielo" se dignó bajar al suelo de una nación que desde entonces, venera cada 12 de diciembre a la Virgen de Guadalupe, Patrona de México y de América.
(De la Red)
Compartiendo con cariño desde mi Perla Tapatía
Guadalajara, Jalisco, México.
Sabado 12 de Diciembre de 2009
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