Volaba la mariposa, presumida y veleidosa, preguntando sin cesar: “tu…¿qué tienes para dar?”
“¡El rumor de mi cascada”, decía la Fuente, encantada…; “yo…, mis dotes de profeta”, - contestaba la Veleta-…
“¡Te puedo prestar mi brío!”, le manifestaba el Río…; “y yo –respondía el Jardín-, ¡mis maravillas sin fin!”…
“¡Todo eso es muy poca cosa!”, decía la vanidosa, una vez…y diez…y cien, sin ocultar su desdén…
El colibrí, entre tanto, -¡puro color, puro encanto!-, gozaba de mil amores con el néctar de las flores.
Feliz, y reconocido, les endulzaba el oído…, y llevado por el viento, ¡iba siempre agradeciendo!:
…al rocío…su frescura…, a las rosas…su hermosura…, a la brisa…su tibieza…, y a la aurora…su belleza…
Con su corazón alado, llenaba de luz el prado…, ¡y era su mejor virtud, la constante gratitud…!
(Tu…, querido compañero, mientras vas por tu sendero…, ¿qué actitud has asumido?: ¿la de estar agradecido…?,
¿…o la conducta quejosa de aquél que con nada goza…? ¿Qué elegiste para ti: …mariposa…o colibrí…?)
Jorge
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