En la tranquila noche mis nostalgias amargas sufría. En busca de quietud bajé
al fresco y callado jardín. En el obscuro cielo Venus bella temblando
lucía, como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.
A mi alma
enamorada, una reina oriental parecía, que esperaba a su amante bajo el techo
de su camarín, o que, llevada en hombros, la profunda extensión
recorría, triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.
"¡Oh,
reina rubia! díjele , mi alma quiere dejar su crisálida y volar hacia a ti, y
tus labios de fuego besar; y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz
pálida,
y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar". El aire
de la noche refrescaba la atmósfera cálida. Venus, desde el abismo, me miraba
con triste mirar. RUBEN DARIO
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