Mi sobrina más pequeña también es muy amante de los animales como todo niño de su edad. Pero esta vez pedía demasiado, los tres pollitos y el pavo que tenía en el patio ya no eran suficientes, ahora quería tener esos dos conejitos más que acabábamos de ver en el mercado; y a mí se me partía el corazón de poder y no poder complacerla; porque si la complacía, ella igual terminaría sufriendo ya que tarde o temprano sus animalitos irían a parar en esa condenada olla...
- Yo no quiero comer carne ¡No voy a comer carne! -protestaba ante sus padres.
Ella no podía comprender que fuese natural criar a los animales para luego matarlos y comerlos. No, ella no podía comprender esta ley del más fuerte. En tanto sus padres tampoco podían comprender que ella no pudiese comprender que sólo lo hacían por su bien, por su salud, porque si dejaba de comer carne seguro que se enfermaría y... se moriría... Seguro que más adelante ella también se los agradecería, pero mientras tanto era su deber de padres darle de comer carne a toda costa o sea... de cualquier forma.
Así pude observar que la pequeña, si bien no comía carne en la forma acostumbrada, no sabía que igual la comía en forma de salchichas, jamones, atunes, etc. Quise intervenir en este detalle pero sus padres no me lo permitieron y yo tuve temor de que no me dejaran volver a verla.
Sin embargo, lo que siempre se había temido que sucediera, sucedió cuando llegó la Navidad. Me enteré que por un descuido de sus padres, la pequeña había visto matar a su pobre pavito consentido y, por otro descuido, había descubierto que el jamón, la salchicha, el atún, incluso el huevo eran otras formas de carne... Y ¡qué se había comido a su propio pavo en forma de jamonada! ¡Qué miseria!
Por supuesto que de inmediato la llamé por teléfono para consolarla pues imaginaba lo angustiada y desesperada que estaría la pobrecita y ella llorando me replicó con toda razón:
- ¿Por qué justo cuando está naciendo el niño Jesús la gente tiene que matar y comer más animales que nunca? ¡Eso no le gusta a Dios! ¡Él dice que no debemos matar!!!
En ese momento se me desgarró el corazón. Ella tenía razón... siempre la tuvo, no era normal ni natural criar seres inocentes e indefensos para luego matarlos y comerlos... ¡No había caso! ¡Estábamos dementes!
Entonces, yo me armé de valor para apoyarla abiertamente y me hice vegetariano desde aquella tarde; y ahora... en esto estamos... participando juntos de las campañas de Protección para todos los animales de la Tierra sin distinción...