Acabarás sola, como una piedra a la que nada puede decirle la corriente de las
almas y el palpitar del mundo.
Tu soledad es niebla, es humo. No ves necesidades, no oyes lamento, no te
sacude la sed de vivir.
La soledad no es física: es de espíritu, de alma.
A veces, rodeados de seres, sentimos frío, y rodeados de ausentes queridos,
sentimos un gran calor.
A veces, el encuentro de dos soledades produce compañía y la presencia de
dos que se repelen produce soledad.
A veces estás desabrida, te rinde la nostalgia y vives una desesperada
soledad que no sabes curar.
Pero quieres saborear sola tus lágrimas. Que no te recuerden tu deuda de
amor con los demás, ni tu deber de caridad para el mundo.
Agrandas tu soledad queriendo olvidarte de ella. Lloras sola en tu almohada,
nunca junto a un amigo o haciendo girar el tono de tus recuerdos. Te aprieta el
corazón un mundo donde la gente va en tropel de un lado a otro… porque a veces
la soledad es mundo, gente, superficialidad, aturdimiento, nada.
Solo la verás huir cuando enciendas tu propia luz, modeles tus propias raíces
y aprendas la lección y el prodigio del cotidiano vivir.
La soledad más amarga es la de dos esposos en techos distintos. La soledad
más persistente, la del vacío de uno y la ternura de otro, que no saben
encontrarse. La soledad más desesperante, la de las manos que se atraen por su
tibieza y se separan por su orgullo. Eso de faltar a las manos el apretón, la
calidez además de soledad es aridez y sequía.
Cuando te sumes en la soledad, todo es inútil. Como un pincel estático, sin
inspiración, sin deseos, sin ganas, sin nada.
Como un paisaje desolador,
desnudo, sin flores, sin hojas, sin nudos, sin pájaros, sin nido. ¡Un pincel
que torna oscuros todos los colores del universo!
La soledad te está debilitando valores, bases y columnas. Algunas fisuras
debes tener, algunos espacios vacíos, algunas rendijas abiertas, algún resquicio
por llenar, cuando se te ha infiltrado tanto desperdicio, tanta inercia y tanta
soledad.
La soledad no deprime. Lo que deprime es amurallarse
en ella. Los achaques y las penas no aplastan. Lo que aplasta es nuestra mente,
que los agranda hasta que nos caen encima como un manto tupido e impenetrable de
soledad.
Las limitaciones no destruyen. Lo que destruye es no querer lidiar con ellas
¡y rendirse en nombre de la soledad! (más…)