Señor, piedad de mí porque no puedo
consolarme.., Lo intento, mas en vano.
Me sometí a tu ley porque eras fuerte:
¡El fuerte de los fuertes!… Pero acaso
es mi resignación sólo impotencia
de vencer a la Muerte, cuyo ácido
ó sculo corrosivo,
royendo el corazón que me amó tanto,
royó también mi voluntad de acero…
¡La Muerte era titánica; yo, átomo!
¡Señor, no puedo resignarme, no!
Si te digo que ya estoy resignado,
y si murmuro fiat voluntas tua,
miento, y mentir a Dios es insensato!
¡Ten piedad de mi absurda rebeldía!
¡Que te venza, Señor, mi viril llanto!
¡Que conculque tu ley tu piedad misma!…
Y revive a mi muerta como a Lázaro,
o vuélveme fantasma como a ella,
para entrar por las puertas del Arcano
y buscar en el mundo de las sombras
el deleite invisible de sus brazos.
de La amada inmóvil