Por Robert Deffinbaugh
Traducido por Juanita Contesse G.
Introducción
Después de haber decidido cambiar su automóvil, una familia conocida finalmente determinó que lo mejor era comprar un mini-van nuevo. Aunque era bastante caro, planificaron cuidarlo bien y hacerlo durar varios años. Aunque era nuevo, decidieron hacer un viaje. La serpentina que dirige todo desde motor y del alternador a la bomba de agua, se rompió y el auto se calentó demasiado. Se preguntaban cuánto daño podría haber ocasionado el exceso de calor y no fui capaz de darles mucho ánimo. El vendedor les aseguró que si cambiaban la pieza dañada, el automóvil quedaría perfecto. Camino a casa, después de un picnic de la iglesia, se vieron envueltos en una tormenta y con precipitación de granizo que tenían un tamaño de una pelota de golf, lo que le dio al automóvil una apariencia totalmente diferente —llena de hoyos. Pocos días después, mientras se dirigían al centro de la ciudad, alguien los embistió por la parte trasera, dañando aún más el mini-van. Mi amigo me contó que habían llegado al punto que ni siquiera lo lavaban.
El automóvil ‘nuevo’ de mi amigo, en un corto tiempo se hizo viejo. El tiempo hace que todo cambie rápidamente. Con mayor frecuencia, el cambio es una realidad desagradable de la vida que nos gustaría evitar si pudiésemos. Recientemente, estuve con personas que formaban parte de uno de los primeros directorios de nuestra iglesia. ¡Qué impresionante cómo han cambiado algunos de ellos! Algunos ya no tienen lo que tenían y otros tenemos mucho más de lo que teníamos entonces. Una mirada a un mapa mundial, revela la existencia de naciones que ni se concebían veinte años atrás. Los cambios recientes de la antigua Unión Soviética, llegaron repentina e inesperadamente.
Tal vez, la tecnología ha visto la mayor cantidad de cambios dramáticos en los últimos tiempos. Los computadores, que alguna vez soñé con tener, ahora se ven en las ventas de garajes y salen de allí, casi como una tentación aún cuando el precio puede ser menos de diez dólares. El computador en el cual estoy escribiendo este mensaje, es 50 veces más rápido que el primer IBM que usé, que costó el doble que el actual. Las cosas cambian tan rápidamente que no podemos confiar más en un periódico diario que en las noticias que salen minuto a minuto; debemos tener programas de noticias a lo largo de todo el día. Un agricultor, con quien me encontré recientemente, tiene un terminal de computación en la mesa de su cocina, conectado todo el día para poder mantenerse al día.
Algunos cambios son bienvenidos, otros no. Un gran consuelo para los cristianos que viven en estos tiempos turbulentos y problemáticos, es la confianza que tenemos en que Dios no cambia. Los teólogos se refieren a este atributo de Dios, como ‘la inmutabilidad de Dios’. Dios no cambia. Esta verdad se ve varias veces en las Escrituras e incluso en los himnos que cantamos en la iglesia. Reflexionemos en este gran atributo de Dios, antes de considerar las aplicaciones de esta verdad a nuestras vidas.
Dios No Cambia
“Además, el que es la Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta” (1 Samuel 15:29).
Saúl ha llegado a ser el rey de Israel. Como tal, debía guiar a los israelitas a la batalla en contra de los amalecitas. Fue instruido por Dios de destruir completamente al rey y a toda criatura viviente, hombre, mujer, niño e incluso a todo el ganado (1 Samuel 15:2-3). Saúl obedeció las instrucciones de Dios parcialmente, permitiendo que el rey viviera y dejándose para él lo mejor del ganado (versículos 7-9). Simplemente, Saúl no tomó en serio la Palabra de Dios. Como resultado, Dios le quitó el reinado (versículos 22-26). Entonces, Saúl le rogó desesperadamente a Samuel, esperando que Dios le devolvería el reino; en vez de ello, Samuel pronunció las palabras del versículo 29. Samuel le dice a Saúl, que Dios, la Gloria de Israel, no era un hombre. Pero como el Dios inmutable, no puede y no alterará Su palabra o cambiará Su opinión para revertir las consecuencias que recién Él pronunciado por el pecado de Saúl.
Saúl, al igual que muchos en el día de hoy, voluntariamente desobedeció la Palabra de Dios esperando que de alguna manera Él no haría como había dicho. Saúl tenía en muy poca consideración la Palabra de Dios y no veía cuán serio es Dios con relación a la desobediencia a Su Palabra. Esperaba que Dios también hubiera tomado ligeramente Su Palabra, revirtiendo la sentencia que había pronunciado al pecador. Dios siempre toma muy en serio Su Palabra. No sólo espera y necesita que la obedezcamos. Ciertamente, Él sostendrá Su Palabra, con relación al castigo que merecen quienes la desconocen. Dios, porque es Dios, es inmutable y podemos estar seguros que Él mantendrá Su Palabra. Todo lo creado, está sujeto a cambio, excepto el Creador, pues Él, como Dios, no cambiará:
“Mas tú, Jehová, permanecerás para siempre, y tu memoria de generación en generación” (Salmo 102:12)
“Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; como un vestido los mudarás, y serán mudados; pero tú eres el mismo; y tus años no se acabarán. Los hijos de tus siervos habitarán seguros, y su descendencia será establecida delante de ti” (Salmo 102:25-28; énfasis del autor).
“Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos” (Malaquías 3:6; énfasis del autor).
En Malaquías, el profeta está advirtiendo a la nación de Israel de la venida de la ira de Dios. Habla tanto de Juan el Bautista y de Jesús, el Mesías (3:1). El día de Su venida será un día de ira y también será un día de liberación y de salvación. Nadie podrá soportar el día de Su venida, apartados de la gracia divina (versículo 2) y aún así, de alguna manera Israel será purificada y sus sacrificios y adoración serán gratos a Dios (versículos 3-4). Dios acercará a Su pueblo para juzgarlo (versículo 6). En medio de estas palabras de advertencia y consuelo, Jehová habla de Su inmutabilidad, siendo ésta la razón por la cual el pueblo no fue consumido en el juicio divino (versículo 6).
Qué ironía cuando comparamos este texto con 1 Samuel 15:29. La ‘esperanza’ de Samuel estaba en la posibilidad que Dios pudiera cambiar y no llevar a cabo las consecuencias del pecado de Saúl. La profecía de Malaquías, nos dice todo lo contrario. Al igual que Saúl, Israel ha pecado y el juicio divino es una realidad. La inmutabilidad de Dios significa que Dios seguirá con el juicio. También significa que Dios seguirá adelante con Su promesa de salvación. ¿Cómo se puede encontrar consuelo y estar seguros de la salvación si también se nos asegura que seremos juzgados? La respuesta es simple cuando se observa desde la perspectiva de la cruz de Cristo. El juicio cierto de Dios, cayó sobre Su Hijo Jesucristo y así, por tener fe en Él, los hombres son salvos de sus pecados y de la ira de Dios. Nuestra esperanza no está en desear que Dios no siga adelante castigando el pecado; nuestra esperanza está en la certeza que en Cristo, Él ha juzgado el pecado de la carne, una vez y para siempre, de manera que seamos salvos. La inmutabilidad de Dios es una parte importante de nuestra esperanza, pues Él que prometió juzgar el pecado, es el mismo Dios que prometió salvarnos de nuestros pecados, juzgando el pecado en la persona y en la obra de Jesucristo, Su Hijo.
“Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas” (Hebreos 13:7-9).
El libro de Hebreos fue escrito para los santos judíos que estaban comenzando a sufrir persecuciones, probablemente de sus hermanos judíos no creyentes. Estaban siendo tentados a renunciar a su fe en Cristo y abrazar nuevamente el judaísmo. El autor de esta epístola, ha demostrado reiteradamente que el antiguo pacto mosaico nunca intentó salvarles, sino prepararles para el nuevo pacto que se había cumplido en Cristo. Este nuevo pacto es “mejor”, palabra clave en Hebreos y no debe olvidarse para regresar al antiguo. Estos santos son exhortados a persistir en su fe, incluso en medio de la persecución. La exhortación a seguir los pasos de los hombres de fe a través de quienes llegaron a la salvación, es seguida inmediatamente por este que recuerda la inmutabilidad de Jesucristo:
“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8)
Esta declaración es muy importante, pues es una demanda de deidad. Sólo Dios es inmutable; sólo Él puede no cambiar y no cambia. Sólo Dios es inmutable; sólo Él no puede cambiar y no cambia. La razón del autor al decirnos que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre, es para recordarnos que Él es Dios. ¡No debe maravillarnos que Su sacrificio es superior a cualquiera de los sacrificios que vemos en el Antiguo Testamente! También es un incentivo para la fe. En quién mejor para depositar nuestra salvación y nuestro bienestar eterno que en Aquel que no sólo es Dios, sino que tampoco puede cambiar y no cambia. Nuestro destino eterno no podría estar en mejores manos.
“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17).
Al igual que el escritor a los Hebreos, Santiago escribe a aquellos que están sufriendo por su fe. Les instruye que deben regocijarse cuando se ven envueltos en problemas, sabiendo que eso está divinamente establecido para reforzar nuestra fe, al generar paciencia (Santiago 1:2-4; comparar con Romanos 5:3-5). Si carecemos de sabiduría para saber cómo responder a los desafíos de la vida, sólo debemos pedírsela a Dios. No debemos nadar en la duda, pues en este caso seríamos personas inestables integralmente (versículos 6-8). Quienes perseveran en los desafíos, una vez que estos hayan pasado, recibirán la corona de la vida (versículo 12).
Mientras Dios nos prueba con los desafíos y tribulaciones, Él nunca nos tienta a caer en el pecado. Esa tentación viene de otra fuente. Tanto el mundo como el diablo, ciertamente se proponen alejarnos de Dios; pero también debemos ver dentro de nosotros mismos para encontrar una explicación a nuestros pecados. Un hombre que es tentado, después sus pecados lo tientan, porque ha dado rienda a sus propias lujurias. Ciertamente no debemos culpar a Dios (versículos 13-15). Dios no es la fuente del mall, sino la fuente de todo lo bueno. Todo lo bueno viene de Dios, como un don. Dios es un don. Sólo las cosas buenas tienen su origen en Dios. Él es inmutable; podemos decir que esto es una regla y que no hay excepciones la regla. El Dios que es bueno y la fuente de todo eso que es bueno, es consecuentemente bueno para quienes son Suyos (versículo 17; ver también Romanos 8:28).
En estos cuatro textos, dos de los cuales vienen del Antiguo Testamente y dos del Nuevo, vemos que la inmutabilidad de Dios es enseñada claramente en la Biblia y que es una verdad intensamente práctica. Antes de considerar las implicaciones prácticas de la inmutabilidad de Dios, veamos brevemente dos circunstancias en las cuales se podría concluir erróneamente que Dios no es inmutable.
Varias veces, las Escrituras hablan que Dios ‘se arrepiente’ o que ‘cambia de parecer’ (ver Génesis 6:5-6; Éxodo 32:14; Jonás 3:10; 2 Samuel 24:16). ¿Creen ustedes que estos textos restan nuestra confianza en la inmutabilidad de Dios? ¡Por cierto que no! Primero, debemos aclarar el significado de ‘inmutabilidad’. La inmutabilidad se aplica a la naturaleza de Dios. Él es siempre Dios y Él es siempre poderoso. Dios nunca dejará de cumplir Su voluntad por causa a un cambio en Su poder para cumplir Sus propósitos. Segundo, Dios es inmutable con respecto a su carácter o atributos:
«…Dios es inmutable en Sus atributos. Cualquiera hayan sido los atributos de Dios antes que el universo fuera llamado a existir, son exactamente los mismos hoy y serán para siempre. Necesariamente, pues son la perfección misma, las cualidades esenciales de Su ser. Semper idem (siempre los mismos) está escrito en cada uno de ellos. Su poder es imbatible, Su sabiduría no puede disminuir, Su santidad es inmaculada: Los atributos de Dios no pueden cambiar más que si la deidad dejara de ser. Su veracidad es inmutable, pues Su Palabra “permanece en los cielos” (Salmo 119).
Su amor es eterno: “Con amor eterno te he amado” (Jeremías 31:3) y: “…como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 131).
Su misericordia no cesa, pues es “eterna” (Salmo 100:5)»[1]
Cuando Jonás protestó por el trato que Dios le daba a nos ninivitas, declaró claramente que Dios no estaba actuando inconsecuentemente con Su carácter, sino más bien Él estaba actuando previsiblemente. Jonás intentó huir de la presencia de Dios en un intento inútil para impedir que Dios actuara consecuentemente con Su carácter.
“Pero Jonás se apesadumbró en extremo, y se enojó. Y oró a Jehová y dijo: Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal” (Jonás 4:1-2).
Cuando Dios “se arrepintió del mal que había declarado que le haría a los ninivitas”, Dios no sólo estaba actuando consecuentemente con Su carácter. También estaba actuando consecuentemente con Su Palabra:
“En un instante hablaré contra pueblos y contra reinos, para arrancar, y derribar, y destruir. Pero si esos pueblos se convirtieren de su maldad contra la cual hablé, yo me arrepentiré del mal que había pensado hacerles” (Jeremías 18:7-8).
Esta esperanza fue la que hizo que el rey de Nínive se arrepintiera, junto con el resto de la ciudad (Jonás 3:5-9). Las acciones de Dios son predecibles porque Él es inmutable. Esta era la esperanza del arrepentimiento del rey de Nínive y el temor del profeta de corazón pagano, Jonás.
Tercero, Los propósitos y las promesas de Dios son inmutables (ver Romanos 11:29).[2] Dios termina lo que comienza. Esto fue la base de la apelación que hizo Moisés a Dios, en Éxodo 32 (versículos 11-14). Aquí, las acciones de Dios en respuesta a la apelación de Moisés, no fueron una contradicción a Su inmutabilidad; sino un trabajo accesorio de esa inmutabilidad.
Las variadas dispensaciones que vemos en la Biblia[3], no son una contradicción a la inmutabilidad de Dios. La inmutabilidad de Dios, no le impide incorporar diferentes economías en Su plan global de redención. En Romanos 9-11, el apóstol Pablo muestra cómo toda la historia es una parte del plan eterno y único de Dios. La caída de la nación de Israel y la salvación de los gentiles, eran parte de este plan. Con frecuencia las Escrituras del Antiguo Testamento hablan de estos asuntos, aún cuando los judíos no estaban dispuestos a oir o a aprender. Muy pronto en Su ministerio terrenal, Jesús le recordó a sus hermanos judíos, el propósito de Dios de bendecir a los gentiles tanto como a los judíos, consecuentemente con el pacto abrahámico (Génesis 12:1-3) y muchos otros textos (ver Lucas 4:16-27; Romanos 9:11).