No se dé por vencido
Quienes oramos por los pródigos tenemos un corazón quebrantado; hemos aprendido que ninguna persona, ningún libro y ningún acontecimiento va a traer por sí solo la respuesta a nuestras oraciones. Nos hemos lanzado completamente a la gracia de Dios, y sabemos que debemos entregarlo todo a Él. Cuando venimos delante del Señor con un corazón humilde, reconocemos que no tenemos ninguna respuesta —sólo nuestros recuerdos y un poco de fe.
Pero he sido testigo de primera mano, de que no hay mejor lugar que el pie de la cruz para poner a nuestros pródigos, donde Cristo puso su vida por nosotros. La cruz es el más grande de todos los misterios: un lugar de aparente derrota, pero de irrefutable victoria; un lugar de lágrimas que, al final, riega las semillas de gozo incontrolable, haciendo que germinen y florezcan.
Es posible que nuestras oraciones no sean respondidas de la manera que queremos. Pero sí sé que cuando Dios es nuestra única esperanza, estamos en el mejor estado posible para que Él actúe.
He oído innumerables historias sobre pródigos que volvieron al hogar. Una madre me contó lo siguiente:
Sin ningún aviso, Carla, nuestra única hija, se marchó de casa el día en que cumplió 18 años. Mi esposo y yo quedamos devastados; la habíamos criado en un buen hogar cristiano. No volvimos a saber de ella durante cuatro años, y en ese tiempo nunca supimos si estaba viva o muerta. Pero antes de irme a dormir cada noche, encendía la luz del porche. Veía como brillaba, y muchas veces las lágrimas me corrían por el rostro. ¡Extrañaba tanto a mi hija! Y en cada Navidad, ponía un pequeño árbol con luces delante de la casa, para ella.
Carla regresó finalmente al hogar, y me habló de lo importante que fue la luz de ese porche. Yo no sabia que ella había pasado frente a nuestra casa muchas veces tarde en la noche, y que a veces simplemente se quedaba sentada en el auto. Me dijo: "Todas las casas estaban oscuras, menos la nuestra: tú siempre dejabas una luz encendida. Y en Navidades hacía lo mismo: simplemente me quedaba oculta en la oscuridad y miraba el árbol de Navidad que tú habías puesto afuera —yo sabía que era para mí".
Mi hija está ahora felizmente casada, y tenemos dos hermosos nietos. Comparto el sufrimiento de los que esperan que un hijo pródigo vuelva a casa. Le ruego a usted que les diga que nunca pierdan la esperanza.
Creo que algo está por pasar. Cuando veo soplar el viento en la copa de los árboles, me pregunto si Dios, en Su misericordia, está encaminando los corazones de cientos de miles de pródigos hacia el hogar. Es posible que usted haya orado mucho y por largo tiempo por su pródigo, quien puede parece estar más lejos que nunca. Pero no se rinda. Siga orando.
Y deje siempre una luz encendida.
por Rob Parsons