Las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad,
se hacen claramente visibles desde la creación del mundo,
siendo entendidas por medio de las cosas hechas.
Romanos 1:20.
Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder;
porque tú creaste todas las cosas,
y por tu voluntad existen y fueron creadas.
Apocalipsis 4:11.
El Universo es la Cuna de la Vida
A. Penzias, premio Nobel de física, declaró: «La astronomía nos introduce a un acontecimiento singular, a un universo que fue creado a partir de la nada, un universo dotado de un equilibrio muy delicado, necesario para producir exactamente las condiciones requeridas para la vida».
Numerosos astrónomos modernos han hecho otras declaraciones semejantes al constatar que el universo está regulado con precisión para posibilitar la vida humana. Muchos científicos son llevados a considerar que una inteligencia superior está necesariamente detrás del origen de todo.
No obstante, seamos científicos o no, todos somos responsables, mediante la observación de la naturaleza, de inclinarnos con adoración ante Aquel que la creó. Todos somos iguales ante el gran testimonio de la naturaleza. En primer lugar no es una cuestión de fe, sino de reflexión, de sentido común y de honestidad.
Entonces uno dirá: ¿En qué momento empieza la fe? Comienza, no cuando se reconoce la existencia de Dios, sino cuando se le escucha y se confía en él. Él habla por medio de la Biblia, su Palabra, en la cual se da a conocer él y su Hijo Jesucristo, a quien nos dio por Salvador. La pregunta es: ¿Me contento con creer en la existencia de Dios o voy más lejos? ¿Creo lo que él declara y confío en él para ser salvo?