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Visión cristiana del matrimonio
El ideal cristiano para el matrimonio dista mucho de la realidad y del ideal que el mundo y nuestra cultura nos ofrecen. El cancionero popular, lleno de añoranzas por amores prohibidos, de corazones rotos por engaños y traiciones, de deseos y fantasías íntimos expresados impúdicamente, documentan ampliamente esa realidad. Pacto de Mutua Edificación
Tristemente, aún el matrimonio cristiano puede distar del modelo bíblico. Dependiendo de cuándo entró el Señor a nuestras vidas con poder (antes o después de casados), y qué grado de madurez en el Señor y en nuestra vida emocional hemos alcanzado, la distancia entre nuestra realidad y el ideal evangélico puede ser enorme o simplemente grande. Dice la palabra que “No hay justo, ni aún uno,” (Romanos 3:10) de modo que no importa cuán “maduros” seamos en el Señor, cuando se trata de rectitud, nadie alcanza la medida que Dios requiere, sólo Cristo y nosotros sólo en Él
Esto quiere decir que después de entrar en la gracia de Dios, toda nuestra vida será un peregrinaje, un continuo proceso de restauración de la imagen de Dios en nosotros. El matrimonio cristiano hace de este proceso su enfoque central, los esposos dedicándose a la tarea de amarse el uno al otro, para ayudarse a crecer y a reflejar mejor a Cristo “De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo….Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo. Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro“. (Efesios 4:13, 15, 16)
El matrimonio cristiano es un “pacto para el mutuo crecimiento espiritual”, ya que ambos procuran y se alían para la mutua perfección. Y como la tercera Persona de la unión entre un hombre y una mujer cristiana es Cristo mismo (“Donde dos o más están reunidos en mi nombre…), Su presencia emana el amor que alcanza y transforma a todos los miembros de la familia
El Evangelio transforma nuestra idea de Autoridad y Sujeción
Tal vez el efecto principal que el Evangelio tiene es el de colocarnos bajo el Señorío de Cristo. Lo que Jesús nos ofrece es su “yugo”. Jesús dijo que su yugo es “fácil,” creo yo que porque se trata de un yugo amoroso que es libremente aceptado. Y su carga es “ligera” porque él mismo se encarga de sobrellevar el mayor peso, el de nuestra culpa, aliviando la opresión de nuestra carne y la presión de las tentaciones e influencias mundanas.
El hombre natural rehúye la autoridad, porque lo que conoce como autoridad suele ser egoísta, caprichoso, opresivo y despótico. Ante tal experiencia es normal tratar de evitar encuentros innecesarios con la autoridad. Pero, la anti-lógica del Reino nos enseña a procurar cobijarnos bajo la autoridad benévola de Dios, cuyas reglas y mandamientos son para nuestro bien.
Por otro lado, el ser humano rechaza la sujeción y se rebela contra la obediencia, porque su experiencia (y la voz de su Adversario) le dice que quienes se imponen sobre él le causarán abuso, negligencia, arbitrariedad e injusticia. A la verdad, su experiencia corrobora que quienes detentan la autoridad abusan de ella, rebasando los límites de su jurisdicción, y rigiendo según su parecer advenedizo y para su propio beneficio, y no el de sus seguidores.
Esta distorsión de lo que es la autoridad y la sujeción surge y se reproduce en el seno de la familia. Comienza para cada uno de nosotros en nuestra niñez, cuando aprendemos a acatar y a sujetarnos a la autoridad. Cuando formamos nuestra pareja, con la que negociamos un arreglo mutuamente satisfactorio sobre cómo ejercer y acatar la autoridad, multiplicándose este ejemplo en los hijos de la familia que formamos.
Sin embargo, cuando Cristo entra en nuestra alma, Él nos coloca bajo su amoroso yugo y nos enseña a acatar y a ejercer la autoridad debidamente, o sea libremente y por amor. En realidad, no podemos ser líderes, criar, enseñar, pastorear, tratar o dirigir debidamente a nadie que no amamos, porque todas las relaciones humanas, incluyendo las de autoridad, se deben de basar en el amor. (1)
Lo primero que se aprende (idealmente en la niñez, y si no, luego de nuestra conversión, como adultos) es la sujeción. Porque, el que no sabe obedecer no podrá dirigir debidamente, ya que el que no ha aprendido a acatar tampoco ha aprendido a ejercer la autoridad.
Jesús mismo nos dio ejemplo de acatar la autoridad. A la edad de 12 años, cuando sus padres lo encontraron en el Templo, donde había maravillado a los mejores doctores de la Ley de su día, “volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos” (Lucas 2:51). Durante sus casi tres años de ministerio público, Jesús declaró repetidamente (2) que él no venía por cuenta propia, sino que había sido “enviado”, para hacer la voluntad de su Padre y para declarar Su mensaje. Dice la Biblia que “aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:8 y 9).
José L. González
Continuará ~~Sujeción y Autoridad en el Matrimonio Cristiano~~
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