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Sujeción y Autoridad en el Matrimonio Cristiano
Una de las mentiras más dañinas que ha usado Satanás contra la humanidad es la perversión de la autoridad que Dios ordenó dentro del matrimonio. La prepotencia (abuso del poder) del varón hacia su mujer tiene consecuencias incalculables en sufrimiento humano. La injusticia que el niño ve en su hogar hace que rechace la autoridad y deshonre a su padre (y a su madre), robándose años de vida y acarreándose mayor infelicidad para sí y para los suyos. Tal vez por eso que la obra postrera del Espíritu Santo en la tierra será “volver el corazón de los hijos hacia los padres y de los padres hacia los hijos” (Malaquías 4:6).
Desgraciadamente, el demonio, el mundo y la carne se han aliado para tergiversar el mandato de Dios, y esto ha traído hasta dentro del seno de la iglesia el abuso de la autoridad masculina, en relación a lo que Dios ordena.
El hombre y la mujer fueron creados, son y siempre serán COMPLETAMENTE IGUALES ante Dios. Ambos fueron creados “a imagen y semejanza de Dios”. Ambos fueron igualmente redimidos en la cruz y ambos nacen de nuevo exactamente de la misma manera. Ambos reinarán con Cristo por los siglos de los siglos y juzgarán a los ángeles. Espiritualmente hablando, no hay distinción alguna entre el varón y la mujer.
Dios los diseñó DIFERENTES, NO DESIGUALES, para que, apoyándose mutuamente, puedan ambos cumplir misiones distintas en la tarea de ejercer dominio y de gobernar la tierra como mayordomos de Dios. Ambos dependen mutuamente, ya que “en el Señor ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios” (1 Corintios 11:11 y 12).
Esta igualdad esencial, con diferenciación de roles, la vemos en las Tres Personas de las Santísima Trinidad, ya que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son iguales y se honran mutuamente entre sí. Cada uno tiene su papel diferente, pero ninguno es superior ni inferior al otro. Cuando, en la plenitud de los tiempos le tocó al Hijo encarnarse para redimir al hombre, el Padre se convirtió en la cabeza de Cristo. “Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (1 Corintios 11:3). Pablo compara la relación de Cristo con el Padre con la relación de la esposa con su marido. Ambas son relaciones de subordinación, pero NO DE INFERIORIDAD.
Escribe Pablo: “como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo” (Efesios 5:24). La iglesia se subordina a Cristo en un pacto mutuo de amor, no por temor ni por obligación. Las casadas también, se deben de subordinar a sus esposos por amor, no por obligación. Dios no le dio autoridad a ningún marido para “demandar o requerir” el amor y la obediencia de su mujer. El amor no se fuerza, y el mandamiento es el amor. Las obligaciones conyugales son obligaciones de conciencia hacia Dios, de complacer por amor, libremente dado, al consorte. Ninguno está obligado a acceder a las demandas egoístas, o malsanas, a veces fruto de una adicción sexual.
José L. González
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