El Orgullo es un gran enemigo
Ninguna condición neutraliza tan eficazmente
al hijo de Dios como el orgullo.
Con
una contundencia absoluta, pone fin a la
relación con el Altísimo
y
deja a las personas expuestas a toda clase
de engaño espiritual.
Cuando
no se le corrige a tiempo, invita al juicio
y el castigo.
Nos basta con mirar la vida del rey Saúl
para ver cuán irreversibles
fueron las consecuencias del pecado de
soberbia para él.
Considerando lo devastador que son los
efectos del orgullo en nuestra vida,
todos nosotros deberíamos andar con temor y
temblor, no sea que se instale
esta actitud en nuestro corazón. Más la
lucha con el orgullo es compleja,
porque no nos enfrentamos a un problema de
fácil resolución. En primer
lugar, el orgullo es profundamente engañoso.
Al estar íntimamente ligado
con
la vida espiritual, fácilmente se le
confunde con la verdadera pasión
y devoción por los asuntos de Dios.
Por su misma esencia, nos resulta más fácil
identificarla en la vida
de nuestro prójimo que en nuestro propio
corazón, pues nos engaña
en cuanto a descubrirla y desecharla.
En segundo lugar, aun cuando descubrimos su
presencia en nuestras vidas
(por la acción del Espíritu), el orgullo no
es una actitud que cederá
mansamente frente a nuestro intento de
desenmascararla. Se llena de argumentos,
razonamientos y justificativos para
convencernos de que en realidad
no es lo que pensamos que es. Exige siempre
la última palabra en todo
y jamás permite que nos sintamos cómodos
pidiendo disculpas, reconociendo
nuestros errores o dándole preferencia a
otra persona. ¿Donde tiene su raíz el
orgullo?
El
pasaje de hoy, que se une a una multitud de
pasajes en la Palabra,
nos da una importante pista: la esencia del
orgullo es querer
ocupar un lugar de supremacía que no nos
corresponde.
Solamente el Señor debe ser exaltado. Todos
nosotros somos iguales, mas el orgullo,
que
es lo que produjo la caída de Lucifer,
quiere que ocupemos un puesto por encima
de
los demás, y aun de Dios mismo. Sea que no
me deje corregir, o que no reconozca
mis errores, o que me dedique a juzgar a los
demás, o que no me relacione
con los que no piensan como yo, el orgullo
siempre me instala en una posición
donde
me considero superior al otro.
Debemos, de veras, temblar ante la
posibilidad de quedar presos del orgullo.
Solamente
el Señor puede librarnos, porque solamente
él lo puede
identificar claramente en nuestro corazón.
No nos quedemos con nuestro propio
análisis de nuestras vidas. Sabiendo lo
evasivo que es el orgullo,
pidamos
al Señor que examine nuestros corazones.
Luego, con actitud valiente, hagamos
silencio para que él nos diga lo que él ve
en nosotros.
Aunque duela, su diagnóstico es certero y
traerá libertad.
Para pensar:
¿Quién podrá entender sus propios errores?
Líbrame de los que me son ocultos.
Preserva
también a tu siervo de las soberbias;
Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré
íntegro,
y
estaré limpio de gran rebelión.
Salmos 19.12 y 13
Autor: Desarrollo Cristiano Internacional
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