El aguijón en la carne
Cuando Dios no quita el dolor
por F.L. Stone
Mi gracia salvadora ha sido siempre ésta: no pensar en lo que ya no puedo hacer. Pero la otra noche, mi diaria y habitual aceptación de la realidad fue sacudida por un recuerdo fugaz que trajo lágrimas a mis ojos. Había olvidado el poco esfuerzo que significa para mí hacer (o incluso pensar en) cosas sencillas, tan sencillas que nunca pensaba en ello. Era la feliz ignorancia de un regalo disparatadamente maravilloso. Algo del pasado.
La carga que tengo que soportar es el dolor físico permanente. Después de diez años, he aprendido a no pensar en él y depender del efecto de la medicina. Pero una vez que deja de actuar (o yo hago mucho esfuerzo), es como si un tornillo gigante me prensara el cuerpo y me produjera un dolor que me domina por completo. Sin embargo, no creo que lo mío sea peor que lo de cualquier otra persona. Mucha gente enfrenta dolencias físicas que me dejarían perpleja; y aunque no sea éste el caso, hay quienes probablemente están luchando con una carga de apariencia diferente, pero igualmente pesada.
Es igual, todos tenemos que llevar una carga, algo que el apóstol Pablo llamó "un aguijón en mi carne" (2 Co 12.7-10). No hago caso de todas las especulaciones sobre lo que pudo haber sido su aguijón; los detalles no es lo importante. Dudo que Pablo no haya mencionado detalles por ser un hombre particularmente reservado, o porque le diera vergüenza compartir un padecimiento físico común y corriente, o una horrenda tentación. Después de todo, estaba compartiendo una conversación con Dios, muy sensible y personal, en la que expone su agonía —por el aguijón mismo, y por el hecho de que Aquel que tenía el poder de sacarlo de inmediato no lo haría. Además, Pablo sabía muy bien que todos sus lectores tenían su propio privado e inevitable sufrimiento.
Lo importante fue la respuesta de Dios a la súplica de Pablo por la liberación: "Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad" (v. 9). Esta afirmación de esperanza habla del dolor de una manera extraña que ha confundido a la humanidad desde el tiempo de Job hasta el presente: la idea no sólo de que el dolor más inexplicable es valioso, sino también que la presencia de Dios puede estar en el sufrimiento y convertirlo en algo totalmente diferente.
Por un lado, abundan los clichés de que, al final, las cosas serán para nuestro bien, o para alabar al Señor. Cualquier persona de fe que experimenta dolor de manera constante, sabe lo doloroso que puede ser el exceso de espiritualidad. Estamos hartos de las personas que, sin mucha reflexión, nos citan versículos de la Biblia sobre la bienaventuranza del sufrimiento. Estamos cansados de implorarle a Dios, día tras día, que nos sane, y entonces (aunque ya hemos aceptado que no es su voluntad hacerlo) algunos creyentes piadosos nos dicen que no lo hace porque no tenemos suficiente fe, o porque debe haber pecado no confesado en nuestras vidas. Pero esta realidad del poder de Dios hecho perfecto en el centro mismo del dolor va más allá de las frases o actitudes piadosas, o de la mala teología de los insensibles amigos consoladores de Job. En todo caso, se trata de la subestimación espiritual del dolor.
Aunque el Nuevo Testamento está lleno de reiteraciones sobre la gloria futura que puede venir del sufrimiento, debemos tener en cuenta que los destinatarios originales de las cartas eran creyentes duramente perseguidos que lidiaban a diario con la posibilidad de perder sus medios de subsistencia o incluso sus vidas, y que sabían lo que era ser golpeados, torturados, humillados sin piedad y liquidados —sólo por su fidelidad a "el Camino" de Jesús. Muy distinto a lo que nosotros, en Occidente, al menos, decimos que es nuestra "persecución religiosa".
Sin embargo, la conocida respuesta de Dios no tenía que ver con las pruebas relacionadas con la persecución. Estaba hablando a aquellos de nosotros que hemos hecho todo lo posible por hacer frente a la depresión crónica. O a aquellos de nosotros atrapados dentro de nuestro cuerpo o de nuestra mente por alguna discapacidad que nos impide la interacción con el resto del mundo de la forma que queremos. O incluso a aquellas que han intentado una y otra vez, sin resultado, quedar embarazadas o mantener el embarazo; o a aquellos de nosotros que lo único que queremos es que nuestra familia no sea tocada por nada, pero sabemos que eso no está dentro de nuestro control.
Continúa......
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