OLA DE ARREPENTIMIENTO
Por Maly de Bianchi
paz, paz hablan los falsos profetas en tiempo de tribulacion.
Porque desde el más chico de ellos hasta el más grande de ellos, cada uno sigue la avaricia; y desde el profeta hasta el sacerdote, todos son engañadores.
Y curan el quebrantamiento de la hija de mi pueblo con liviandad, diciendo, «Paz, paz»; y no hay paz.
¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? No, por cierto, no se han avergonzado, ni aun saben tener vergüenza: por tanto caerán entre los que caerán; caerán cuando los visitaré, dice Jehová (Jeremías 6, 12-15).
Hace tiempo que este tema se me ha instalado en el corazón, y aunque me resulta difícil abordarlo, mi alma ya no puede seguir reteniendo este mensaje, y me dispongo a volcarlo en estas líneas de la mejor manera posible.
Me molesta enormemente oír las tonterías que están diciendo por correo electrónico los pastores: que es tiempo de batalla espiritual, que debemos pelear porque Guatemala nos pertenece, que debemos anular ese decreto de la catástrofe para Guatemala que hicieron el Presidente y esos personajes que lo utilizan en su propio beneficio, o cosas similares.
Me indigno al leer palabras como estas porque me doy cuenta de que ni ellos mismos disciernen los tiempos del Señor. Hay distintos tiempos, como nos enseña Salomón, tiempo de guerra y tiempo de paz. Hoy no es ni tiempo de guerra ni de paz, es tiempo de arrepentimiento.
En uno de los mensajes que he recibido, proponen: «Peleen la batalla, porque tenemos la autoridad para hacerlo y reclamar esta nación como nuestra». Eso no es verdad. El mismo Señor ha provocado todas estas calamidades sobre las naciones, porque está en busca de su amada Novia, y la Novia se ha prostituido. Él, en su inmenso amor, la llama con cuerdas de amor, la atrae hacia sí y no deja que se escape. Es tan profundo su sentimiento, que les ordena a las naciones: «Ya basta, dejen de destruir la tierra, pongan fin a tanta corrupción y tanta violencia. Sangre sobre sangre cae continuamente y no cesa. La tierra ya no puede tragar tanta sangre, no aguanta tanta maldad». El Señor sufre como Pablo lo dice en Romanos 8, 22-23: «Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una sufre dolores de parto hasta ahora. Y no sólo la creación, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, aguardando la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo».
Cuando el Cuerpo de Cristo se encuentra sin discernimiento, mensajes electrónicos de este tipo, que se reenvían una y otra vez, no les hacen bien a las personas, que los creen y no se toman el tiempo para orar, y como resultado, se levanta de nuevo una ola de mentiras. Yo me pregunto: ¿realmente debemos cancelar los decretos, como propuso un hermano que aseguraba que el Presidente había abierto las puertas para que llegara tal calamidad? No, esa no es la perspectiva adecuada. Sabemos que el señor Presidente se ha hecho pasar por cristiano, y nuestro apostolado ha jugado con él, en busca de espacio, honores, popularidad, reconocimiento, influencia, peso, y quién sabe cuántas cosas más. Pero esto no vino por el Presidente. Más me atrevería a decir que vino por el mismo Cuerpo de Cristo, quien le ha dado paso, ya que en estos momentos no está siguiendo el sendero del compromiso con su Dios. Está caminando por veredas que considera correctas, las suyas propias, que no son las de Dios. Y la Palabra dice que a Dios no se lo puede burlar.
Este es el tiempo para el arrepentimiento, para que cada quien regrese a las sendas antiguas, rectifique su camino y vuelva al Señor. Dios se vale de situaciones como estas para que volvamos nuestra vista al Cielo y nos arrepintamos, tal como pasó en el terremoto de Guatemala en 1976. Fue tan grande la calamidad que muchos tuvimos que mirar al Cielo y decir: «Te necesitamos, Señor».
Nosotros somos producto de ese tiempo. Desde que yo entré a la Iglesia, nuestro discipulado suponía un tremendo compromiso. Todos los que entramos juntos llevábamos un corazón comprometido al Señor y fuimos testigos de cosas pasar en nuestras vidas increíbles. ¿Por qué? Porque había arrepentimiento. Vino un gran avivamiento, porque la consecuencia del arrepentimiento es el avivamiento, no es al revés, como algunos opinan ahora. Jamás vendrá el Señor a visitarnos si nuestro corazón no está listo. «Si se humillare mi pueblo, sobre los cuales ni nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra» (2 Crónicas 7, 14).
¡Este versículo de la Escritura está tan desgastado, lo usan para todo, pero mantiene la misma vigencia de siempre, no lo pasemos por alto! Estamos viviendo una ola de arrepentimiento.
Dios no puede enviar su gloria en medio de la suciedad. Es como pedirle: «Ven, Señor, trae tu gloria a este pantano que estamos creando». ¡Imposible! El mismo lodazal físico que estamos presenciando es el que está en el Cuerpo de Cristo.
Sintamos con claridad la ola de arrepentimiento sobre nosotros. Años atrás tuve una visión. Se levantaba una ola tremenda que iba avanzando y dejando la tierra seca. A medida que avanzaba, crecía más y más. Yo gritaba que no nos daría tiempo de correr y de escondernos, porque con semejante tamaño nos alcanzaría en cualquier lado. Entonces oí una voz que me decía: «No tienes que huir, métete dentro de ella porque a todo aquel que se meta, Dios lo salvará, y el que trate de huir será destruido». Hoy comprendo lo que la visión me quería mostrar: metámonos en la ola de arrepentimiento, no tratemos de salirnos porque, si cae sobre nosotros, moriremos espiritualmente.
Terrible cosa es caer en manos del Dios vivo.