Cuando cerró la puerta de la habitación, José Ricardo creyó que entraba en una nueva dimensión, desconocida totalmente, como en las películas. El silencio, la tranquilidad y lo agradable del lugar lo transportaron en cuestión de segundos a un mundo distinto, aislado del cúmulo de conflictos que dejaba atrás. "¡Por fin, Dios mío! Ojala pudiera quedarme aquí para siempre", musitó mientras desabotonaba su camisa, que acomodó cuidadosamente junto a la cama.
Enfrentaba una deuda enorme. La firma constructora que tanto esfuerzo le había costado, estaba al borde de la quiebra. Una verdadera tragedia, como razonó una y otra vez de camino a casa. Su esposa no quería regresar a su lado. "Es lo último que haría", le dijo por teléfono cuando él le planteó la posibilidad. Ansiaba tenerla a su lado para encontrar fortaleza en medio de la crisis que atravesaba.
Dominado por la desesperación se sentó. No hallaba salida a su laberinto. Sólo encontraba una catástrofe a su alrededor, como si el mundo se derrumbara a pedacitos.
Encima de un aparador, en un costado de la pieza, encontró un viejo ejemplar de la Biblia. Se la regaló su madre cuando era adolescente. Lo conservó entre sus pertenencias como un objeto de enorme valor sentimental. La abrió. Pasó varias hojas hasta que un pasaje llamó poderosamente su atención: "Vengan a mí los que estén cansados y afligidos y yo los haré descansar. Lleven mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y de corazón humilde. Así hallarán descanso para el alma, porque mi yugo es fácil de llevar y mi carga es ligera". (Mateo 11:28-30, Nueva Biblia al Día)
Sonrió. Aquello era lo que necesitaba: despojarse de tantas cargas. Sentía que no podía dar un paso más. Y Jesús con la invitación a ir a su encuentro, lo conmovió. Recordó a su madre quien le repetía durante su niñez: "Cuanto estés en problemas, recuerda que el Señor Jesucristo estará a tu lado para ayudarte".
Se arrodilló. Lo hizo con esa reticencia de quien se sabe distante de Dios y ahora le busca en procura de un milagro. Cerró los ojos, entrelazó las manos y murmuró con desesperación: "Ayúdame, Señor Jesús. Llegué al límite de mis fuerzas y sinceramente, no se qué hacer".
No recuerda cuánto minutos o quizá horas pasó de rodillas. Estaban únicamente él y Dios. Un período maravilloso en el que se desahogó. Le dijo al Señor cómo se sentía, le pidió orientación y, definitivamente, descansó.
Ese fue el comienzo de una nueva vida. Al incorporarse, sintió como si un enorme peso hubiera caído de su espalda. Estaba liviano, tranquilo, esperanzado. Pensaba con lucidez, sin percibir lo que minutos antes: enormes barreras frente a sus ojos. Con el poder de Dios, ahora veía oportunidades.
Es tiempo de evaluar su vida
Cuando sentimos que la existencia se encuentra al borde del abismo, nada funciona en el trabajo, el hogar ni la iglesia, y su mundo interior está vuelto añicos, es tiempo de evaluar cómo anda su vida. Sólo cuando hacemos un alto en el camino para revisar en qué estamos fallando, podemos hacer un auto examen que—si somos honestos--, se constituye en la antesala de emprender el cambio y el crecimiento personal y espiritual.
A las puertas de la tierra prometida, Moisés confrontó a los israelitas con unas palabras que cobran particular vigencia entre quienes enfrentan crisis: "Cuando te hayan ocurrido estas cosas, las bendiciones y las maldiciones que te he mandado, meditarás acerca de ellas en las naciones adonde el SEÑOR tu Dios te habrá desterrado. Si entonces quisieras volverte al SEÑOR tu Dios, tu y tus hijos comenzarán de todo corazón a obedecer los mandamientos que te he mandado en este día..." (Deuteronomio 30:1, 2, Nueva Biblia al Día).
Los momentos difíciles tienen un lado positivo: nos permiten confrontarnos y tomar decisiones que llevan a la transformación con ayuda de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.
Abimael emprendió una vida renovada en Dios, cuando decidió parar una alocada carrera de drogas, infidelidad y agresión verbal y física a su cónyuge, cada vez que ella le hacía un reclamo. El día que tomó conciencia sobre lo que enfrentaba, producto de la inmoralidad y disipación, comenzó una existencia alentadora y edificante.