"Un cristiano normal". Si usted le hubiese pedido al diácono Armando que definiera su caminar con Cristo, le había puesto ese rótulo. No encontraba otra definición para lo que hacía: leía la Biblia, iba al culto los domingos, visitaba los enfermos y, ocasionalmente, le hablaba a otros de Cristo Jesús. Pero las más de las veces podía pasar como un creyente inadvertido, en medio de una sociedad en la que palabras vulgares, vestir indecorosamente y dejar que los ojos lleven a mirar lo que no se debe, constituye el pan de cada día.
Pero muy dentro sentía inconformidad. Sus convicciones de fe parecían flaquear, sobre todo cuando enfrentaba problemas. Desmayaba. Por instantes creía que el cielo estaba oscurecido y en más de una ocasión pensó dejar de congregarse. "Esto de ser valientes es para cristianos", le dijo a su esposa Nélida cierta noche, mientras veían el noticiero en la televisión.
El momento más difícil, pero que a la vez se convirtió en una fortaleza, vino cuando lo despidieron del trabajo. No lo esperaba. El mensajero trajo la carta, desde la oficina del superior jerárquico. "Es para usted, Armando. Me recomendaron entregársela personalmente", le explicó.
Y él, pensando que se trataba de una nueva promoción en la escalara laboral, se encontró con unas líneas lacónicas que anunciaban su desvinculación laboral. "El contrato se prolongará hasta el próximo 30 de mayo", leyó.
Lo que hizo fue orar. Esa decisión marcó la diferencia. Pasar tiempo en la presencia de Dios. Experimentó paz en el corazón, a pesar del problema, y además, su perspectiva de la vida cambió. Comprendió que las dificultades vendrían, pero que con ayuda de Dios era posible alcanzar la victoria. "Si todo ha cambiado, es gracias a la oración.", me explicó el día que hablamos.
¿Pasa tiempo en oración?
En cierta ocasión le preguntaron a Cindy Jacobs cuánto tiempo pasaba en oración. La respuesta fue enfática y me encantó: "El tiempo que más pueda."
Cuando oramos, todo cambia. Eso marca la diferencia. Pienso en Moisés, cuando estuvo en el monte Sinaí, en la presencia del Señor: "Después bajó Moisés del monte Sinaí llevando las dos tablas de la ley; pero al bajar del monte no se dio cuenta de que su cara resplandecía por haber hablado con el Señor. Cuando Aarón y todos los israelitas vieron que la cara de Moisés resplandecía, sintieron miedo y no se acercaban a él. Pero Moisés los llamó, y cuando Aarón y todos los jefes de la comunidad volvieron a donde estaba Moisés, él habló con ellos." (Éxodo 34:29-31, versión popular Dios habla hoy).