RECORDEMOS A MARIA
La Conmemoración de la Madre de Cristo
Por Cameron Lawrence
La Biblia enseña también que a las personas más cercanas a ella no les resultó difícil reconocer el papel especial de María. Basta con ver su visita a Elisabet —que se convertiría pronto en la madre de Juan el Bautista: “Cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo, y exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1.41-43). Lucas nos dice que, inspirada por el Espíritu Santo, Elisabet fue impulsada a proclamar la honra y la bendición especiales conferidas por Dios a María.
Lejos de ver a María como un recipiente pasivo o como un vaso conveniente, los primeros pastores y teólogos de la iglesia reconocieron toda su importancia. Advirtieron el notable parecido que había entre su vida y la de muchas personas y maravillas del Antiguo Testamento. Por ejemplo, a semejanza de la zarza que vio arder Moisés en el desierto, María llevó también al santísimo Señor en su vientre sin ser consumida. Podía compararse a un cesto de maná, porque llevaba el Pan de Vida. O, así como en el arca del Pacto estaba la presencia de Dios en el antiguo Israel, ellos vieron en María el “arca del nuevo Pacto” porque llevaba dentro de ella la presencia del Dios incontenible. A quienes ella visitó fueron bendecidos, al igual que la casa de Obed-edom cuando David trajo el arca original a su casa (2 S 6.1-11). Abundan las semejanzas. Pero quizás la correlación más impresionante de todas es aquella que hay entre María —conocida por los primeros cristianos como Theotokos (“madre de Dios” en griego)— y Eva, la madre de la humanidad.
Ireneo de Lyon, escribiendo en el siglo II, explica la conexión: “[Eva] por haber sido desobediente fue hecha la causa de la muerte, tanto de sí misma como de todo el género humano”. Pero María se convirtió en “la causa de la salvación, tanto de sí misma como de todo el género humano… el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María. Lo que Eva había atado por la incredulidad, fue desatado por María mediante la fe” (Contra los Herejes, Libro III, capítulo 22.4). Si el apóstol Pablo pensaba de Cristo como el segundo Adán, Ireneo pensaba de María como la segunda Eva. Eva dio a luz a la humanidad caída, y María dio a luz su redención.
En cierto modo, esto implica un papel de maternidad espiritual de María. Así como las mujeres dan vida a sus hijos, y por extensión a las generaciones de nietos que siguen, nosotros también heredamos los beneficios de su fidelidad: la vida en Cristo y el descanso eterno con Él. Por su fidelidad, María hizo posible la iglesia, que es el cuerpo de Cristo. Como lo expresó Agustín en el siglo IV: “Claramente (María) es, en espíritu, la Madre de quienes somos miembros de Jesucristo, ya que ella cooperó, por amor, para que los fieles, que son los miembros de esa Cabeza, pudieran nacer en la Iglesia. En el cuerpo, de hecho, es la madre de esa misma Cabeza” (La santa virginidad, 6. 6). Con esto en mente, tenemos mucho por lo cual estar agradecidos.
Todos podemos estar agradecidos por las personas que son parte de nuestra vida: padres, amigos, pastores, instructores, e incluso extraños. Hay otras que juegan un papel innegable en nuestra salvación. Podríamos decir que por medio de ellas hemos encontrado vida en Dios. ¿Y cuánto más por medio de la mujer de quien Dios tomó la carne que sería crucificada, puesta en una tumba, y resucitada?
Ministerio Mujeres en Victoria Somos siervas de Dios que trabajamos por la restauración integral del Cuerpo de Cristo y especialmente en la restauración de la mujer en todas las áreas ..
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