En 1682, Luis XIV hizo de Versalles la capital de Francia
y siguió siéndolo (excepto por un corto periodo de tiempo)
hasta 1789, cuando París volvió a ser la capital. El bello
palacio de Versalles incluía una opulenta Sala de los
Espejos de casi 75 metros de largo. Cuando un visitante se
acercaba al rey, ¡tenía que hacer una reverencia cada
cinco pasos mientras cubría toda la distancia hasta llegar
al rey, quien estaba sentado en su deslumbrante trono de
plata!
Los emisarios extranjeros que llegaban a Francia se
sometían a ese humillante ritual para cortejar el favor
del monarca francés hacia su propio país. En contraste,
nuestro Dios, el Rey de reyes, invita a Su pueblo a
acercarse libremente a Su trono. Podemos venir a Él en
cualquier momento —¡no se requiere de audiencias por
anticipado ni de reverencias!
¡Cuán agradecidos debemos estar de que nuestro Padre
celestial sea muchísimo más abierto! «Porque por medio de
[Cristo]… tenemos entrada por un mismo Espíritu al
Padre» (Efesios 2:18). Debido a esto, el autor de
Hebreos nos insta a «acer[carnos], pues, confiadamente al
trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar
gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:16).
¿Has respondido a la invitación abierta de Dios? Ven con
respeto reverencial y gratitud, por cuanto el Dios de este
universo está dispuesto a escuchar tus peticiones en
cualquier momento.
—CPH