Algerio, aunque era muy joven fue un estudiante en el reino de Nápoles en Padua. Allí conoció a un hermano del cual indagó con diligencia cual era el camino y la voluntad de Dios. Escuchó con cuidado y pronto fue bautizado en la muerte de Cristo. Inmediatamente después fue arrestado y echado a la prisión donde soportó muchos conflictos severos. En gran manera fue fortalecido por Dios, en quien había fijado sus ojos, lo cual es probado por la carta mencionada anteriormente. La escribió a los hermanos en Italia, estando él en la prisión de Padua. Escribió con el fin de fortalecerlos en la tristeza que sufrían por su causa.
Tentado en Padua por las autoridades para que se retractara lo enviaron a Venecia. Allí tampoco pudieron convencer a Algerio que se retractara, tendiéndole trampas por medio de promesas agradables a la carne; pero él rechazó todo ello para ganar únicamente a Cristo. Finalmente lo mandaron a Roma y fue sentenciado a ser quemado de la siguiente manera: primero ser ahorcado y estrangulado y luego quemado.
Siendo llevado en una carreta a lugar de su muerte se hizo un atentado final contra él. Un monje tendía un crucifijo delante de él y lo amonestaba a honrar a su señor allí crucificado, lo cual Algerio empujó a un lado, diciendo:
“Mi Señor y Dios vive arriba en los cielos.”
En esto los espectadores dieron voces y dijeron: “¡Fuera con él! Está por completo endurecido y cegado. Ya no tiene remedio.”
Por tanto lo desvistieron hasta la cintura y primero derramaron aceite hirviendo sobre su cabeza y su cuerpo desnudo, lo cual Algerio sufrió con paciencia, aunque le produjo mucho dolor. Al frotarse el rostro con las manos, se arrancó la piel y el cabello. Después lo redujeron a ceniza. Todo lo sucedido era muy raro en Italia. Algerio tuvo que glorificar a Dios de una manera más alta. Al Señor Jesucristo que obró en él por el poder del Espíritu Santo, sea la alabanza y gloria para siempre.
Que Él nos ayude a nosotros pobres y débiles mortales a seguirle.
Autor::EL ESPEJO DE LOS MÁRTIRES