CREER O NO CREER
Cuando por fin Jesús llegó a Betania, Lázaro había estado muerto durante cuatro días. Cuatro días de desolación por una esperanza que se había desvanecido. Pero cuando Marta se enteró de que Jesús venía por el camino salió corriendo a su encuentro. "Señor", le dijo, "si hubiese estado aquí, mi hermano no habría muerto. Más también sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará" (Jn 11.21, 22). ¡Qué declaración tan admirable de fe! En medio de su gran dolor y de su tristeza, le entrega a Él la pluma y le pide que escriba el resto de la historia. "Esto era lo que yo hubiera querido", parece decir, "pero que se haga tu voluntad". ¡Qué hermoso modelo para oración —y para la vida! La respuesta que le da Jesús, es nada menos que la revelación que cambió la historia: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá (11.25). Luego le hace una pregunta crucial: "¿Crees esto? (v. 26). Es como si estuviera preguntándole: "¿Crees que no hay vida más allá de lo que ves ahora? ¿Crees que puedo vencer la muerte? ¿Lo crees, Marta?" Esta es la pregunta crucial que todos debemos responder cuanto estemos ante lo imposible. ¿Creeremos en Él, o dejaremos que la niebla del dolor haga desaparecer nuestra conciencia de la presencia de Dios en nuestras vidas? ¿Confiaremos en Él, pase lo que pase, o nos rendiremos ante la desilusión y la duda? ¿Elegiremos tener fe en Dios, antes que en los resultados? Nada de lo que se diga sobre la importancia de esta pregunta será suficiente, porque de la profundidad de nuestra relación con el Señor dependerá la respuesta que demos. Hasta que permitamos que Dios sea Dios, actuaremos como si Él fuera nuestro sirviente, por lo que sufriremos las consecuencias de ese error. Si no entregamos al Señor nuestras ideas, planes y deseos, nunca veremos a Cristo tal como Él es en realidad, ni le experimentaremos de manera personal como nuestra resurrección y nuestra vida. Mientras estuvo frente a Jesús, la fe de Marta fue grande, al igual que su afirmación: "Sí, Señor, yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios" (11.27). Pero la realidad de la tumba de su hermano debilitó su disposición de obedecer a su petición de que la piedra fuera removida. Jesús le recordó: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" (11.40). Esas palabras han resonado en mi corazón en los últimos años. Todavía hay una tumba en mi vida que el Señor ha preferido no abrir. Pero, para poder ver su gloria, tengo que confiar en que Él puede hacer algo nuevo de lo que está muerto y enterrado. Aunque puedo entristecerme por lo que hubo antes, si quiero experimentar todo lo que Dios tiene para mí, tengo que poner mi mano en la suya y marchar hacia delante, en vez de mirar continuamente hacia atrás. La disposición de Marta de confiar produjo un milagro asombroso. Lázaro salió de su tumba en un momento tan glorioso, que eso anunciaba la victoria de Jesús sobre la muerte —su propia resurrección tres días después de haber sido crucificado. Cuando decidimos confiar en nuestro Señor, descubrimos al final que Él estuvo ocupado haciendo que todas las cosas ayudaran para nuestro bien. Si confiamos en Él, en su bondad y en su amor inalterables, veremos su gloria de maneras que no habríamos visto de otra forma. por Erin Gieschen
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