Porque no somos de aquí “14 porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir” Así como Cristo fue excluido, “padeciendo fuera de la puerta”, nosotros somos llamados a padecer por causa de la obra de Cristo, y esto debería ser nuestro privilegio: “Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hechos 5: 41) El mismo apóstol Pablo lo explica contundentemente: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia” (Colosenses 1: 24) Pablo había aprendido a sufrir por la consecuencia de la cruz: la extensión de su mensaje y la práctica del mismo: la verdad en el amor. Somos llamados a vivir fuera del mundo en nuestros corazones, aun y estando físicamente en el mundo, simbolizado aquí por la vieja Jerusalén: “Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud, mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre” (Gálatas 4: 25, 26) De ahí que muchos no entienden por qué “nos va tan mal” a los verdaderos cristianos, desde una perspectiva natural, comparándonos con los del mundo, que a muchos les “va tan bien” De hecho, a los verdaderos cristianos, nos va como le fue a Cristo cuando anduvo entre nosotros, y él ya nos lo advirtió cuando dijo: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16: 33) Entendiendo el asunto, el mundo es nuestro lugar y tiempo de prueba, aunque de momento nos hemos ya acercado “al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles” (Hebreos 12: 22) “Nos es necesaria la paciencia para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengamos la promesa” (Hebreos 10: 36) “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo”. Ap. 3: 12 Existe una gran diferencia entre los que son de Cristo, y los que dicen serlo, pero no lo son. Veámoslo: “Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan en lo terrenal. Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.” (Filipenses 3: 18-21) El dios de los que dicen ser cristianos pero no lo son, son ellos mismos, y se constituyen como enemigos de la cruz de Cristo, ya que aunque con su boca la confiesan, con sus hechos e intenciones la niegan.
Dios les bendiga. © Miguel Rosell Carrillo, pastor de Centro Rey, Madrid, España.
Somos siervas de Dios que trabajamos por la restauración integral del Cuerpo de Cristo y especialmente en la restauración de la mujer en todas las áreas
|