“Me mostrarás el camino de la vida, me concederás la alegría de tu presencia y el placer de vivir contigo para siempre.”
Salmo 16:11
El ser humano no puede existir, a lo largo, sin alegría. “El que no cultiva la alegría, echa a perder su carácter hasta la médula”,
La fuente de la alegría cristiana es la certeza de ser amados por Dios, amados personalmente por nuestro Creador, por Aquel que tiene en sus manos todo el universo y que nos ama a cada uno y a toda la gran familia humana con un amor apasionado y fiel, un amor mayor que nuestras infidelidades y pecados, un amor que perdona. Este amor “es un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo”, como se manifiesta de manera definitiva en el misterio de la cruz: ” Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre El mismo, lo acompaña incluso en la muerte y, de este modo, reconcilia la justicia y el amor”.
Saber reconocer al Señor como fuente de vida y de alegría es identificar a un Dios que apuesta por la vida, por la alegría de vivir el encuentro con Jesucristo que es nuestro fundamento. Así nuestra fe hay que vivirla en clave celebrativa, con entusiasmo e ilusión. Pero no de forma ilusoria, pues en el caminar humano existen momentos alegres y otros que más bien son tristes, pero integrando todo tipo de vivencias en Dios, como garantía de cercanía y de entrega total.
El gran maestro de la alegría, es Jesucristo. En sus despedidas les dice a sus apóstoles: “Yo les he dicho todas estas cosas para que participen en mi alegría y sean plenamente felices”.
La verdadera alegría es propiedad de Dios y de sus hijos (de quienes están en gracia), y para ello se necesita cumplir la voluntad del Padre, esto es, los mandamientos.
A veces andamos buscando nuevas experiencias, que nos proporcionen una paz y alegría interior, y no caemos en la cuenta de que en la cantera del deber cumplido, aunque éste sea monótono, está la fuente de la verdadera alegría, que tiene su manantial incomparable en Dios.
Una obra buena en el plano humano proporciona paz, si el móvil de hacerla es noble y santo, entonces añade a nuestro anterior disfrute la alegría de hacer la voluntad de Dios: Santidad.
La esperanza de la bienaventuranza, el permanecer siempre junto a Dios, es la fuente inagotable de la alegría. Al entrar en la gloria eterna, si somos fieles, escucharemos de boca de Jesús estas inefables palabras: entra en el gozo de tu Señor.
Aquí en la tierra, cada paso que damos hacia Cristo nos acerca a la felicidad verdadera. No hay felicidad estable fuera de Dios. Y, a la vez, el gozo del cristiano presupone el esfuerzo paciente para reconocer las alegrías naturales, sencillas, que el Señor pone en nuestro camino.
Gracias Sra Marita por tu lindo y reflexivo mensaje.
Que la paz de Dios sea en ti y en toda tu bella familia.
El Señor les Bendiga
Hermes Sarmiento G.
De Colombia
Cristiano católico.