Hace años me contó un pastor que respondió a uno que le dijo que los evangélicos eran despreciables porque no tenían santos: «Al contrario, tenemos más santos que los católicos. Por comenzar, le dijo, tenemos a San Mateo, San Marcos, San Lucas, San Juan y San Pablo. Pero además, todos los que se han entregado a Cristo son santos.»
En realidad, todos aquellos que Dios ha llamado y salvado de sus pecados, también los ha santificado, o sea, hechos santos. Esta santificación no depende de una bula papal de canonización, sino de la soberana gracia y benevolencia de Dios para con todos los que reconocen y siguen a Cristo como su Señor y salvador.
Prestemos atención a algunos textos de la Biblia que señalan lo que Dios ha
determinado hacer con los suyos:
Romanos 1:7 Les escribo a todos ustedes [dijo Pablo], los amados de Dios que están en Roma,que han sido llamados a ser santos.
Efesios 1:4 Dios nos escogió en él [Cristo] antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él.
Efesios 2:19 Por lo tanto, ustedes ya no son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios.
1 Pedro 2:9–10 Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes no habían recibido misericordia, pero ahora ya la han recibido.
En todos estos textos, la Biblia se refiere a nuestra identidad como santos. En
realidad, las sagradas Escrituras usan varios términos para referirse a los que creen y siguen a Cristo, como por ejemplo: creyentes, discípulos, cristianos, fieles, etc.
Sin embargo, el hecho de ser santos es mucho más que una manera de identificar a los seguidores de Cristo. La palabra santo se refiere también a una característica moral, ética y espiritual que refleja la obra y el propósito de Dios en nuestro ser. Recordemos, por ejemplo, lo que escribió el apóstol Pedro:
1 Pedro 1:15–16 Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: «Sean santos, porque yo soy santo.»
Este texto señala el deseo de Dios de hacernos parecidos a él en el carácter y en la conducta. Cuando llegamos a Cristo, venimos todos con nuestras manchas y mañas, nuestras falencias y fantasías. Mas por el proceso que la Biblia llama santificación Dios procede a transformarnos. A medida que se introducen cambios en nuestra vida, nos volvemos diferentes de lo que éramos antes de conocer a Cristo. Por eso el apóstol Pablo menciona que los que robaban, ya no roban más. Los que eran blasfemos, ya no dicen más groserías. Los que eran adúlteros e inmorales ya no encuentran ningún placer en esa
conducta vergonzosa y degradante. Al contrario, sus corazones transformados aman lo que es decente y puro; se tornan íntegros y honestos, limpios y merecedores del respeto de otros.
Más aun, esa diferencia no solo se nota como contraste con lo que éramos antes. Se nota también como contraste con muchos que aún viven en la deshonestidad y la mentira, en el derroche y el vicio, en la violencia y la inmoralidad. En la Biblia, esta diferencia se plantea como el contraste entre lo profano y lo santo. Esto se ve en los siguientes textos tomados del Antiguo Testamento:
Levítico 10:9–10
Este es un estatuto perpetuo para tus descendientes, para que puedan distinguir
entre lo santo y lo profano, y entre lo puro y lo impuro.
Ezequiel 44:23
Deberán enseñarle a mi pueblo a distinguir entre lo sagrado y lo profano, y
mostrarle cómo diferenciar entre lo puro y lo impuro.
En el Nuevo Testamento, el apóstol Pedro afirma que el propósito de Dios al
salvarnos era rescatarnos de esa vana manera de vivir:
1 Pedro 1:18–19
Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto.
Esta gran diferencia entre lo profano y lo sagrado, entre lo puro y lo impuro, tiene que caracterizar al cristiano en todos los distintos aspectos de su vida. En su etimología, la palabra santa o santificar alude al hecho de que hemos sido rescatados por Dios de la corrupción y perversión que caracterizan al mundo en derredor nuestro. Dios hizo una separación; nos apartó de ese estilo de vida; ya no debemos introducirnos más en las prácticas que nos arruinaron, nos degradaron y nos llevaron a la perdición.
Dios tiene un propósito sublime para nuestra vida. Determinó una vocación de
servirle a El como también a nuestros prójimos. Esto es lo que significa el habernos santificado, hacernos santos. Ahora pertenecemos a Dios por medio de Jesucristo que murió y resucitó por nosotros. Seamos ahora santos, porque Dios es santo.
Gracias por tu amistad hermanita Marita.
Gracias por tu bello mensaje lleno del amor de Dios.
Dios estará siempre contigo y con todos uds.
GRACIAS POR TU AMISTAD, FELIZ DIA.
Hermes Sarmiento G
De Colombia