Apreciado(a) colaborador(a):
¿Le parece difícil relacionarse con el Padre? ¿Le resulta difícil perseverar en su fe, o se pregunta si esta agradando a Dios? Entonces, no es el único. Muchas personas luchan con el temor de que nunca estarán a la altura de lo que Dios espera de ellas.
De hecho, creo que esto es lo que sentía Nicodemo cuando fue a hablar con Jesús. Después de todo, él era un fariseo prominente y muy respetado, lo que significa que era extremadamente religioso, y que interpretaba y obedecía estrictamente la ley. Hacía todo lo que podía para obedecer los mandamientos de Dios, y enseñaba a los demás a hacer lo mismo. Ese estilo de vida debe haber sido agobiante y desalentador, y obviamente no era suficiente para hacer que se sintiera satisfecho.
Nicodemo seguía teniendo dudas que lo llevaron a visitar a Jesús en el medio de la noche. Le dijo: “Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él” (Jn 3.2). En otras palabras, Jesús demostraba la sabiduría, la presencia y el poder que Nicodemo buscaba, pero que nunca tuvo. ¿Cómo era eso posible?
Tal vez usted ha luchado con la misma pregunta. Hace todo lo posible por ser aceptado por Dios, pero nunca experimenta la fortaleza, el poder o el gozo que se supone acompañan a tal devoción. ¿Por qué razón?
La respuesta de Jesús a Nicodemo es para nosotros también. Él dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Jn 3.5-7).
Esto quiere decir que nada que tenga su origen en nuestros esfuerzos humanos o en nuestros conocimientos mundanos —ninguna de nuestras buenas obras y actos de servicio— nos darán el derecho de tener comunión con Dios o profundizar nuestra relación con Él si ya somos creyentes (Ef 2.8-9). La relación con el Padre celestial solo es posible si estamos preparados para recibirla espiritualmente por fe. Por consiguiente, tenemos que mirar al Único que hace posible que nazcamos del Espíritu.
Jesús dijo: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo… Así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3.13-15). La muerte de Cristo en la cruz, y su resurrección, son indispensables para conocer a Dios. Jesús es el Único que puede ofrecernos una relación verdadera con el Padre celestial, y enseñarnos cómo experimentarla plenamente. Veamos esto más detalladamente.
Primero, al ser levantado en la cruz, Jesús nos ofrece la manera de relacionarnos con el Padre celestial. Nuestros pecados nos separan de un Dios que es santo, y no hay nada que podamos hacer por nosotros mismos. Es una deuda que no podíamos pagar con nada en esta Tierra. Nicodemo sabía esto por experiencia personal. Aunque hacía sacrificios para cubrir sus transgresiones, nada era permanente, y ninguno de ellos quitaba su maldad (He 9).
Fue por eso que Cristo hizo a nuestro favor, lo que no podíamos hacer por nosotros mismos. Dejó su hogar en el cielo, vivió sin pecar y se convirtió en el pago permanente por nuestros pecados para borrarlos por siempre. Su sacrificio quitó la barrera espiritual que nos separaba del Padre, nos dio un nuevo espíritu y nos bendijo con la vida eterna. Gracias a Él, somos aceptados por Dios eternamente.
Si usted nunca ha recibido el regalo de la salvación que Cristo le ofrece, tengo la esperanza de que lo hará ahora mismo. Solo tiene que pedirle a Jesús que le salve. Aquí tiene una sencilla oración que puede utilizar:
Padre celestial, confieso que he pecado contra Ti y que necesito tu salvación. Te ruego que perdones todos mis pecados, y que me permitas relacionarme contigo a partir de este momento. Recibo a Jesucristo como mi Salvador personal, confiando en la obra que realizó en la cruz. Gracias por salvarme y aceptarme. Ayúdame a tener una vida que te agrade. Amén.
Felizmente, por haber sido levantado en la cruz, el Señor Jesús también nos enseña cómo experimentar una relación personal con el Padre celestial. Cuando recibimos a Cristo como nuestro Salvador, Él nos sella con su Santo Espíritu que nos enseña sus caminos, nos muestra cómo obedecerle, y nos capacita para que demos el fruto espiritual que agrada a Dios (Jn 14.26).
En vez de cumplir mecánicamente con la religión, como hacía Nicodemo, el Espíritu Santo guía a cada uno de nosotros a obedecer al Señor para que disfrutemos de una comunión íntima con Él. Como suelo decir, nuestra intimidad con Dios determina el impacto que causen nuestras vidas. Esto es así, porque la sabiduría, la presencia y el poder que Jesús demostró en su vida, fluirán también a través de la vida de usted. Nunca tendrá que temer no estar a la altura de las expectativas del Padre celestial, porque al haber nacido de su Espíritu, estará “sin mancha delante de su gloria con gran alegría” (Jud 1.24).
Si su relación con el Señor le parece complicada, si resulta difícil perseverar en su fe, o si se pregunta si está agradando a Dios, le pido que fije sus ojos en Cristo, el Único que fue levantado a favor de usted. Deje de vivir valiéndose de sus esfuerzos terrenales y comience a escuchar al Señor, permitiendo que su Espíritu le haga agradable al Padre celestial. Entonces tendrá la fortaleza, el gozo, y la maravillosa esperanza que acompañan a una relación con Él.
Fraternalmente en Cristo,
Charles F. Stanley
|