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De: Nouran* (Mensaje original) |
Enviado: 29/06/2009 18:49 |
Saluditossss para todas, es increíble como podemos aprender con sólo leer y jugando verdad? La siguiente pregunta muy pocos la saben, pero ya la sabrán
" La Pregunta de Nou" Quién es MARÍA MOLINER? y es la autora de qué?
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De: radio |
Enviado: 29/06/2009 19:25 |
jeje, soy fanatica de los diccionarios¡¡¡
Ella es española, creo que maña, y tiene un diccionario de uso del español que al menos en España se usa tanto o mas que el de la Real academica de la lengua. está en cada casa amiga¡¡
Un besito
Rosa |
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De: M¦®ågë |
Enviado: 29/06/2009 20:39 |
María Moliner nació en Paniza, provincia de Zaragoza, el 30 de marzo de 1900.
En 1918 terminó el Bachiller en el Instituto General y Técnico de Zaragoza e ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad zaragozana, convirtiéndose así en una de las pocas mujeres universitarias de principios de siglo. Obtuvo su licenciatura en Historia con honores en 1921, a pesar de que su vocación se inclinaba más hacia el campo de la lingüística y la gramática.
En 1922 ingresó en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos donde trabajó hasta su jubilación en 1970. Ejerció en Simancas, Valencia, Murcia y en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid.
Después de la Guerra Civil, el traslado de su marido a la Universidad de Salamanca determinó que la familia se instalase definitivamente en Madrid, donde creían que podrían ofrecer mejores oportunidades educativas y profesionales a sus hijos. En esta etapa de su vida es cuando doña María trabaja en la Biblioteca de la Escuela de Ingenieros Industriales y comienza, en 1952, la elaboración de su diccionario.
María Moliner publicó, en 1966, el trabajo de toda una vida que había llevado a cabo sin ayuda a los ordenadores a los que hoy estamos tan acostumbrados. Se trataba de un diccionario innovador especialmente diseñado para las personas que trabajan con la lengua, es decir, periodistas, traductores, escritores, estudiantes y extranjeros con un cierto conocimiento de nuestro idioma.
Años después no quiso optar de nuevo al sillón a causa de su enfermedad, una arteriosclerosis cerebral, que se agudizó en los últimos años de su vida hasta que ésta concluyó en enero de 1981.
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Mir
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María Juana Moliner Ruiz (Paniza, Zaragoza, España, 30 de marzo de 1900 – Madrid, 22 de enero de 1981) fue una bibliotecónoma y lexicógrafa española.
Era la hija mayor de Enrique Moliner, médico como lo había sido su padre, y de Matilde Ruiz. Cuando tenía dos años la familia se trasladó a Almazán (Soria) posteriormente a Madrid. Siendo adolescente su padre se marchó a Argentina y no volvió más. María Moliner, su madre y sus hermanos -Matilde y Enrique- vivieron en condiciones extremas como auténticos personajes de Dickens, según ha recordado su hijo Fernando.
María era una apasionada del latín y espléndida lectora. Empezó a dar clases y asumió la tarea de sacar a los suyos adelante. En esa época, debió de tener alguna vinculación con Américo Castro, que, según ha escrito la especialista María Antonia Martín Zorraquino, “suscitó el interés por la expresión lingüística y la gramática en la pequeña María”. Cursó estudios de Bachillerato en el Instituto General y Técnico Cardenal Cisneros. Se licenció en 1921 en Historia (Facultad de Filosofía y letras, Universidad de Zaragoza) con la máxima nota y el Premio Extraordinario. Al año siguiente, se incorporó al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos de Simancas, de ahí pasó al Archivo de la Delegación de Hacienda en Murcia.
Conoció a Fernando Ramón Ferrando, licenciado en Física, con quien se casaría en 1925 y tendría cuatro hijos. Fernando Ramón era hijo de un panadero carlista de Montroig (Tarragona), pero pronto se convirtió en “un librepensador de arriba abajo, sin fisuras. (…) Era una persona radical de izquierdas”. Años después, ambos lograrían el traslado a Valencia. En esos años, los que van desde la proclamación de la II República hasta la fractura de la Guerra Civil, los Ramón Moliner fueron sumamente felices. Allí María Moliner desarrolló numerosas actividades: colaboró con la Escuela Cossío, con el Instituto Escuela y con las Misiones Pedagógicas. De vez en cuando daba clases de latín y solía enseñar a sus hijos lecciones de inglés y de alemán. Su inclinación por el archivo, por la organización de bibliotecas y por la difusión cultural, la llevaron a reflexionar sobre ello en varios textos: Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España (1935) y a publicar, sin su nombre, el librito Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas (1937), un trabajo vinculado a las Misiones Pedagógicas. Además, dirigió la Biblioteca de la Universidad de Valencia y participó en la Junta de Adquisición de Libros e Intercambio Internacional, que tenía el encargo de dar a conocer al mundo los libros que se editaban en España. Fernando Ramón ha recordado aquella atmósfera “de olor característico a papel nuevo, de diversa calidad, y a tinta de imprenta”. Tras la derrota de los suyos, su marido perdió la cátedra y María, con un menor rango, regresó al Archivo de Hacienda.
En 1946, su marido fue rehabilitado de sus cargos en Salamanca y María Moliner asumió la dirección de la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid, en la que se jubiló en 1970. A principios de los cincuenta, empezó a redactar el “Diccionario de uso del español”, y poco después, cuando estaba inmersa en esa idea, su hijo Fernando le trajo de París un libro que la impactó: Learner’s Dictionary. María Moliner solía levantarse muy temprano, hacia las cinco de la mañana, trabajaba un poco, regaba los tiestos de flores, y se iba a su puesto; dormía la siesta un poco y continuaba anotando fichas, buscando palabras, leyendo periódicos, tomando notas de lo que oía en la calle.
Su Diccionario de uso del español era muy superior al de la Real Academia Española. Un diccionario de definiciones, mucho más precisas y ricas, de sinónimos, de expresiones y frases hechas, de familias de palabras. Además, anticipó la ordenación de la Ll en la L, y de Ch en la C y agregó una gramática y una sintaxis con numerosos ejemplos. El libro tuvo un éxito inmediato y hoy es una obra imprescindible, de referencia. Miguel Delibes dijo: “Es una obra que justifica una vida”. La de una mujer concienzuda, apasionada y perfeccionista.
El siete de noviembre de 1972, el escritor Daniel Sueiro entrevistaba en HERALDO a María Moliner. El titular era un interrogante: “¿Será María Moliner la primera mujer que entre en la Academia?”. La habían propuesto Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo. El electo, a la postre, sería Emilio Alarcos Llorach. María decía una de las frases suyas que más veces se han repetido: “Sí, mi biografía es muy escueta en cuanto a que mi único mérito es mi diccionario. Es decir, yo no tengo ninguna obra que se pueda añadir a esa para hacer una larga lista que contribuya a acreditar mi entrada en la Academia. (…) Mi obra es limpiamente el diccionario”. Más adelante agregaba: “Desde luego es una cosa indicada que un filósofo entre en la Academia y yo ya me echo fuera, pero si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, diría: ‘¡Pero y ese hombre, cómo no está en la Academia!”.
Este episodio fue uno de los más intensos de su existencia. Poseyó siempre una voluntad excepcional, era metódica y laboriosa hasta el infinito, y defendió un concepto de la cultura, del conocimiento, la incesante pasión por las palabras. El “Diccionario de uso del español” es la obra de una vida, una culminación y en cierto modo de vivir hacia adentro porque ella, en el fondo, era una perdedora y una silenciada: había perdido el sueño de la II República, había sido maltratada por el régimen de Franco, llegó a perder 18 puestos en su escalafón laboral, y percibió un vacío casi indescriptible que llevó a emprender una tarea titánica. En la entrevista, añadía: “Había un punto, el de la tarde, en que realmente me sentía vacía, sentía que algo me faltaba y entonces me puse a trabajar en el diccionario con todo entusiasmo. Siempre estaré satisfecha de esa decisión que tomé”.
María Moliner es la autora del Diccionario de uso del español, considerado obra de referencia para la lexicografía española. Empezó a trabajar en su diccionario en 1952 y la primera edición fue publicada en 1966-67 por la editorial Gredos. Desgraciadamente, no pudo continuar trabajando al padecer la Enfermedad de Alzheimer. En 1998 se publicó una segunda edición que consta de dos volúmenes y un CD-ROM, así como una edición abreviada en un tomo. La tercera y última revisón fue en septiembre del 2007 y consta de dos tomos.
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De: Merval |
Enviado: 29/06/2009 20:48 |
María Moliner hubiese cumplido cien años el 30 de marzo. La autora del Diccionario de Uso del Español, una de las figuras más destacadas y más desconocidas de nuestra lexicografía escribió, en palabras de García Márquez, “sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana”. EL CULTURAL evoca hoy su figura de la mano del académico Manuel Seco, editor del reciente Diccionario del español actual, y de María Antonia Martín Zorraquino, autora de la única biografía existente sobre la escritora
Cuando la Feria del Libro de Madrid tenía unas proporciones humanas y se celebraba en un primaveral paseo de Recoletos, yo la saboreaba todos los años. Aquella vez me paré delante de la caseta de la editorial Gredos, no atraído ahora por los libros nuevos que presentaba, sino por uno todavía nonato que anunciaba: un diccionario de la lengua española. Al cabo de una trayectoria de trabajado y creciente prestigio, la casa especializada en lingöística iba a lanzar una obra obra lexicográfica que forzosamente tenía que ser diferente. Y a simple vista me parecía que lo era: el título, Diccionario de uso del español, daba a entender una dirección nueva en el género; la extensión prevista, dos volúmenes, indicaba un desarrollo superior al habitual en esta clase de obras; el nombre de la autora, totalmente desconocido para mí, me instaba a imaginar una persona valiente y luchadora, que se había atrevido a pelear con sus solas fuerzas con el inmenso océano de la lengua.
En la caseta enseñaban al público curioso una maqueta de lo que había de ser el libro. Como en aquel momento el público curioso era yo solo, pude hojear y ojear tranquilamente las páginas de muestra. En efecto, aquellas apretadas columnas tenían una fisonomía muy distinta de los diccionarios conocidos: análisis demorados de los contenidos de las palabras, profusión de ejemplos en las acepciones, amplia atención a la fraseología, largas listas de voces sinónimas y afines, explicaciones extensas sobre temas gramaticales..., todo ello sembrado de una constelación de flechas, asteriscos, estrellas de tres puntas y otras señales de tráfico cuyo código tendría que aprenderse bien el lector antes de adentrarse en ese complejo entramado de sabiduría verbal que allí estaba tejido.
Un gran maestro de la lingöística contemporánea, Eugenio Coseriu, ha dicho que “el léxico de una lengua es no solo prácticamente infinito, sino teóricamente infinito, infinito por definición, puesto que la lengua es una actividad libre y está constantemente sometida a alteración; están entrando palabras, desapareciendo palabras, modificándose las estructuras semánticas”. ¿Cómo sería posible encerrar lo infinito dentro de un recinto, por muy grandes que fuesen sus dimensiones?¿No sería la cuadratura del círculo?¿No sería un intento tan fantástico como el de aquel niño de que hablaba San Agustín, que quería recoger con una concha el agua del mar?
Pero eso es lo que se propone todo el que se arroja a hacer un diccionario verdaderamente nuevo: cazar con una red, sorprendiéndolas en su vuelo, todas las palabras -las “aladas palabras”, como las llamaba Homero- y empeñarse en ordenarlas, clasificarlas, describirlas y explicarlas. Y eso es lo que se propuso María Moliner. Cuando el primer volumen apareció por fin en las librerías, en 1966, yo me apresuré a comprarlo, como lo hice, una año más tarde, cuando salió el segundo. Sin duda fui un comprador pionero: mucho tiempo después he sabido que mi ejemplar de aquella inicial tirada de la obra es más antiguo que los que guarda la propia editorial. De todo lo que se escribe sobre la lengua, es sin duda el diccionario lo que más directamente y más ampliamente llega a la sociedad. Pero no siempre con rapidez. El atractivo que el aire nuevo le prestaba al Diccionario de uso resultó sin duda dañado por el lapso de un año que separó la publicación de las dos mitades de la obra. En verdad, hace falta tener un extraño interés por las palabras para comprar una guía de ellas que le puede explicar a uno ahora lo que es chirigaita o frenopatía, pero que le va a hacer esperar quién sabe cuánto hasta que le diga qué es praseodimio o qué es tufillas.
La crítica solvente acogió el diccionario con marcado interés y reconocimiento de su calidad, y los estudiosos del léxico no le regatearon su aprecio. Entre ellos, mi maestro don Rafael Lapesa, que apadrinó (sin éxito) la candidatura de la autora para un sillón de la Academia, muy poco después de publicada la obra. Pero en estos primeros tiempos el aplauso no pasaba de ser minoritario, y todavía en 1984 María Antonia Martín Zorraquino podía escribir que la señora Moliner era una verdadera desconocida para la mayoría de la gente, incluidos los filólogos.
Lo que podríamos llamar la epifanía del Diccionario de uso se produjo en 1981 con motivo de la muerte de su autora, cuando, siguiendo nuestros ritos necrológicos, todo el mundo se volcó en elogios hacia la persona fallecida, a la que en muchos casos posiblemente no habían oído nombrar hasta la víspera. Buena parte de las flores fueron dirigidas a “la mujer que escribió un diccionario”, valorando como un mérito notable que una persona de su sexo hubiese sido capaz de una empresa que requería fuerzas e inteligencia masculinas. Esta bella majadería, asociada a las anécdotas pintorescas y a veces ridículas con que muchos periodistas saben banalizar la cultura, abrió las compuertas de la fama a María Moliner -una clase de fama que la austera doña María jamás hubiera deseado-.
Toda esta gloria de ocasión, sin embargo, sirvió para llamar la atención de mucha gente hacia una obra de consulta que hasta entonces no era tan conocida como sus méritos reclamaban. Fue ahí cuando empezó el ascenso firme del prestigio del Diccionario de uso. Por encima de las frivolidades circunstanciales se impuso la radical realidad del que era uno de los diccionarios más importantes de nuestra lengua. No solo se notó en la difusión general alcanzada -rara era la biblioteca privada que no lo poseía, raro era el escritor o el periódico que no acudía a él como autoridad-, sino en la presteza con que algunos editores de la competencia empezaron a beneficiarse de su sombra, incluso en los títulos de sus propios diccionarios.
Un concepto ingenuo de este género de obras tiende a asociar la calidad con la extensión, creyendo que el volumen físico y los millares de palabras acreditan la bondad del producto. Es como dar por sentado que las películas que duran tres horas y media son las mejores. La importancia de un diccionario, como la de una película, no se calibra necesariamente por sus dimensiones, sino por lo que lleva dentro. Lo que de verdad cuenta en unas y otras obras no es tanto lo “ancho” como lo “profundo”; tratándose de un repertorio léxico, cuál es el alcance de la información sobre cada palabra recogida.
Y este alcance, en “el Moliner”, estaba en función del propósito renovador de la obra, que era, en palabras de su autora, hacer del diccionario una “herramienta total” del léxico, poniendo a disposición del usuario no solo la definición de cada uno de los sentidos de la palabra -lo que ofrecen todos los diccionarios en general-, sino información sobre sus construcciones con preposición y sobre sus complementos habituales, ejemplos abundantes, notas sobre uso, listas de sinónimos y palabras afines, y hasta la mayor o menor frecuencia de empleo de la voz o de la acepción en cuestión. Es decir, servía al lector tanto la posibilidad de comprender como la de expresarse.
¿Conocen todos los usuarios de esta obra todos los recursos que le ofrece para su manejo del idioma? Y quienes los conocen ¿suelen aprovecharlos? Probablemente, no a la primera pregunta y también no a la segunda. El que utiliza un diccionario casi siempre lo hace en busca apresurada de una explicación concreta sobre una palabra concreta, y no se entretiene en las noticias adicionales, con frecuencia interesantes, que allí mismo se le regalan. Es más, lo normal, y muy lamentable, es que quien ha comprado un diccionario no llegue a leer jamás las instrucciones de uso, que en realidad son tan necesarias como las que se dan para montar y hacer funcionar una cadena musical. Así, la utilidad efectiva de una obra como esta queda reducida al cincuenta por ciento de sus posibilidades. De todos modos, los consultantes rápidos -es decir, casi todos- disfrutan de una de las virtudes revolucionarias más apreciables de este diccionario: el sistema de las definiciones, más moderno en su lenguaje, más esmerado, más transparente, más detallado y más rico en matices de lo que aparecía en los otros léxicos del momento.
Todos los diccionarios envejecen. Igual que los humanos, envejecen desde el mismo instante de su nacimiento. Pero, a diferencia de las personas, pueden conservar su lozanía por tiempo indefinido, siempre que haya manos solícitas que lo procuren. María Moliner, después de publicar el Diccionario de uso del español, tenía el propósito de revisarlo y renovarlo. La muerte no se lo permitió. Sin embargo, por fortuna, la obra sigue joven: una nueva edición reciente, cuidada con delicadeza por la editorial, lo ha actualizado, conservando los muchos rasgos positivos que daban sello inconfundible al texto original. Que viva muchos años “el Moliner”, uno de los monumentos españoles del siglo XX.
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De: ximena |
Enviado: 29/06/2009 20:54 |
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María Moliner nació en Paniza (Zaragoza) el 30 de marzo de 1900, en el seno del matrimonio formado por Enrique Moliner Sanz, médico rural, y Matilde Ruiz Lanaja: Un ambiente familiar acomodado (el abuelo paterno había ejercido también la medicina rural y los abuelos maternos poseían, al parecer, tierras), en el que los tres hijos que superaron los entonces tan frágiles años de la infancia —Enrique, María y Matilde— cursaron estudios superiores.
En 1902, según testimonio de la propia María Moliner, padres e hijos se trasladaron a Almazán (Soria) y, casi inmediatamente, a Madrid. En la capital, siempre según cita de D.ª María, los pequeños Moliner estudiaron en la Institución Libre de Enseñanza, donde fue, al parecer, don Américo Castro quien suscitó el interés por la expresión lingüística y por la gramática en la pequeña María. Los primeros exámenes del bachillerato los hizo María Moliner, como alumna libre, en el Instituto General y Técnico Cardenal Cisneros de Madrid (entre 1910 y 1915), pasando en julio de 1915 al Instituto General y Técnico de Zaragoza, del que fue alumna oficial a partir de 1917 y donde concluyó el bachillerato en 1918.
Entre 1918 y 1921, María Moliner cursó la Licenciatura de Filosofía y Letras en la universidad cesaraugustana (sección de Historia), que culminó con sobresaliente y Premio Extraordinario.
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Y en 1922 ingresó, por oposición, en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, y obtuvo como primer destino el Archivo de Simancas.
Tras una breve estancia en Simancas, María Moliner pasa al Archivo de la Delegación de Hacienda de Murcia. Será en esa ciudad donde conocerá al que será su marido, D. Fernando Ramón y Ferrando, catedrático de Física. La pareja contrae matrimonio en la Parroquial de Sagunto, el 5 de agosto de 1925, e inicia una vida conyugal armónica y compenetrada, la de dos intelectuales comprometidos con su vocación y con la sociedad en la que viven, a la que tratarán de dar lo mejor de sí mismos.
En Murcia nacerán sus dos hijos mayores (Enrique, médico, fallecido en octubre de 1999, y Fernando, arquitecto).
A principios de los años treinta, la familia se traslada a Valencia (D. Fernando, a la Facultad de Ciencias; D.ª María, al Archivo de la Delegación de Hacienda de esa ciudad). La etapa valenciana cubre el período de mayor plenitud vital de María Moliner: el nacimiento y la crianza de sus dos hijos pequeños (Carmen, filóloga, y Pedro, catedrático y director de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Barcelona, fallecido en 1986); la atención de la casa (aun con la asistencia adecuada); la vida profesional, y, sobre todo, la participación, con la fe y la esperanza de una institucionista convencida, en las empresas culturales que nacen con el espíritu de la II República.
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En primer lugar, debe destacarse la colaboración de D.ª María en la Escuela Cossío, inspirada claramente en la Institución Libre de Enseñanza, escuela de la que fue alma D. José Navarro Alcácer (y su mujer, D.ª María Alvargonzález), que compartieron sus objetivos con otros matrimonios amigos. María Moliner enseñó en ella Literatura y Gramática, y, además, formó parte de su Consejo Director, como vocal, y de la Asociación de Amigos para su apoyo, como secretaria.
D.ª María prestó, asimismo, su colaboración entusiasta a las Misiones Pedagógicas de la República, cuya delegación valenciana presidía el Sr. Navarro Alcácer con la ayuda fundamental de D.ª Angelina Carnicer. María Moliner se cuidó especialmente de la organización de las bibliotecas rurales. De hecho, escribió unas Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas (que se publicaron sin nombre de autor en Valencia, en 1937), que fueron muy apreciadas, tanto en España como en el extranjero, y cuya presentación preliminar —«A los bibliotecarios rurales»— constituye una pieza conmovedora y un testimonio fehaciente de la fe de la autora en la cultura como vehículo para la regeneración de la sociedad.
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En esta etapa de su vida D.ª María ocupó puestos importantes de responsabilidad en el terreno de la organización de las bibliotecas populares. Ya en 1935, en el II Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía —el que inauguró Ortega—, ella había presentado una comunicación con el título «Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España». En septiembre de 1936 fue llamada por el rector de la Universidad de Valencia, el Dr. Puche, para dirigir la Biblioteca universitaria, pero, ya en plena guerra civil, a finales de 1937, hubo de abandonar el puesto para entregarse de lleno a la dirección de la Oficina de Adquisición y Cambio Internacional de Publicaciones y para trabajar como vocal de la Sección de Bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico. La lucidez y capacidad organizativa de María Moliner van a quedar plasmadas en las directrices que redacta como Proyecto de Plan de Bibliotecas del Estado, las cuales se publicarán a principios de 1939 —Pilar Faus (La lectura pública en España y el Plan de Bibliotecas de María Moliner, Madrid, Anabad, 1990.) considera dicho proyecto «el mejor plan bibliotecario de España» (op. cit., p. 132)—.
Al término de la guerra civil, el conjunto de amigos de los Ramón Moliner, y ellos mismos, sufren represalias políticas. Bastantes de ellos se exilian. D. Fernando Ramón y Ferrando es suspendido de empleo y sueldo, trasladado después a Murcia (1944-1946) y rehabilitado en Salamanca a partir de 1946 (donde permanecerá hasta su jubilación en 1962).
Por su parte, María Moliner es depurada y sufre la pérdida de 18 puestos en el escalafón del Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios (que recuperará en 1958). En 1946 pasará a dirigir la biblioteca de la E. T. Superior de Ingenieros Industriales de Madrid hasta su jubilación, en 1970.
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En esta nueva etapa de su vida, particularmente cuando se instale en Madrid, criados ya sus hijos y separada físicamente de su marido una buena parte de la semana, María Moliner encontrará el tiempo para dedicarse a su interés intelectual más profundo: la pasión por las palabras.
Será entonces cuando comience (hacia 1950) el Diccionario de uso del español, que publicará la Editorial Gredos entre los años 1966 y 1967 (en 2 volúmenes), una obra que ha conocido, en esa primera edición, veinte reimpresiones, que ha sido editada en CD-ROM en el año 1995 y que ha sido reeditada en una segunda edición, revisada y aumentada en 1998.
María Moliner representa, sin duda, todo un estilo de ser mujer en el siglo XX: pertenece al grupo de las pioneras universitarias que ejercen, además, una profesión. Refleja, igualmente, una manera profundamente moral de realizarse como persona: claramente inteligente, y, al mismo tiempo, vigorosamente responsable y generosa para con los demás (a los que, como divisa, hay que entregar la obra perfecta en la medida de las posibilidades de cada uno). Sencilla, espontánea en sus reacciones y elegante al no ser elegida académica en 1972, María Moliner recibió su jubilación tan discretamente como había vivido, gozando con los pequeños detalles cotidianos (sus macetas, por ejemplo) y presumiendo con orgullo de sus nietos.
Las notas tristes de sus últimos años fueron la muerte de su marido y su propia, terrible, enfermedad: la arteriosclerosis cerebral que la privó de su lucidez desde 1975 aproximadamente, hasta su fallecimiento, el 22 de enero de 1981.
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María Juana Moliner Ruiz (Paniza, Zaragoza, España, 30 de marzo de 1900 – Madrid, 22 de enero de 1981) fue una bibliotecónoma y lexicógrafa española.
María Moliner hubiese cumplido cien años el 30 de marzo. La autora del Diccionario de Uso del Español, una de las figuras más destacadas y más desconocidas de nuestra lexicografía escribió, en palabras de García Márquez, “sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana”. EL CULTURAL evoca hoy su figura de la mano del académico Manuel Seco, editor del reciente Diccionario del español actual, y de María Antonia Martín Zorraquino, autora de la única biografía existente sobre la escritora
María Moliner representa, sin duda, todo un estilo de ser mujer en el siglo XX: pertenece al grupo de las pioneras universitarias que ejercen, además, una profesión. Refleja, igualmente, una manera profundamente moral de realizarse como persona: claramente inteligente, y, al mismo tiempo, vigorosamente responsable y generosa para con los demás (a los que, como divisa, hay que entregar la obra perfecta en la medida de las posibilidades de cada uno). Sencilla, espontánea en sus reacciones y elegante al no ser elegida académica en 1972, María Moliner recibió su jubilación tan discretamente como había vivido, gozando con los pequeños detalles cotidianos (sus macetas, por ejemplo) y presumiendo con orgullo de sus nietos.
Las notas tristes de sus últimos años fueron la muerte de su marido y su propia, terrible, enfermedad: la arteriosclerosis cerebral que la privó de su lucidez desde 1975 aproximadamente, hasta su fallecimiento, el 22 de enero de 1981.
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De: Nouran* |
Enviado: 30/06/2009 16:56 |
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María Moliner fue una brillante científica y una incansable trabajadora. La elaboración del Diccionario de Uso del Español da idea del vigor intelectual de María Moliner, que invirtió más de quince años de trabajo, prácticamente sola, para sacar adelante esa obra monumental, hoy conocida en todo el mundo.
Con su recuerdo queremos divulgar su meticulosidad y la dimensión creadora del esfuerzo en el trabajo profesional, apoyado en una sólida formación, como modelo para nuestros alumnos.
María Moliner nació en Paniza (Zaragoza) el 30 de marzo de 1.900, hija del médico rural Enrique Moliner Sanz. Dos años después, su familia se traslada a Almazán (Soria) y posteriormente a Madrid. Hacia 1.914 su padre marchó a la Argentina, desligándose de su familia.
Esta circunstancia probablemente determinó que su madre, Matilde Ruiz Lanaja, abandonara Madrid y regresara a tierras aragonesas (Villarreal de Huerva, primero, y Zaragoza, después) en 1.915.
María Moliner se convirtió entonces, siendo muy joven, en un apoyo fundamental para los suyos.
En 1.918 terminó el Bachiller en Zaragoza e ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras, convirtiéndose así en una de las pocas mujeres universitarias de principios de siglo. Obtuvo su licenciatura en Historia con sobresaliente y premio extraordinario en 1.921.
La joven Moliner es un ejemplo paradigmático de las pioneras universitarias del siglo XX: muchachas decididas a culminar una licenciatura, viven la carrera superior con profundo interés y con resultados habitualmente muy brillantes, desean desempeñar un puesto profesional...
En 1.922 ingresó en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, donde trabajó hasta su jubilación en 1.970. Obtuvo su primer destino en el Archivo de Simancas (Valladolid).
Tras una breve estancia en Simancas, María Moliner pasa al Archivo de la Delegación de Hacienda de Murcia. En esta ciudad conoce a D. Fernando Ramón y Ferrando, catedrático de Física.
La pareja contrae matrimonio en 1.925 e inicia una vida conyugal armónica y compenetrada, la de dos intelectuales comprometidos con su vocación y con la sociedad en la que viven.
A principios de los años treinta, la familia se traslada a Valencia -D. Fernando a la Facultad de Ciencias; Dª. María al Archivo de la Delegación de Hacienda-.
La etapa valenciana cubre el período de mayor plenitud vital de María Moliner: las labores domésticas, la vida profesional, y, sobre todo, la participación en las empresas culturales que nacen con el espíritu de la II República.
Prestando su colaboración entusiasta a las Misiones Pedagógicas de la República, se cuidó especialmente de la organización de las bibliotecas populares y ocupó durante la Guerra Civil la dirección de la Biblioteca Universitaria de Valencia.
Al término de la Guerra Civil, el conjunto de amigos de los Ramón Moliner, y ellos mismos, sufren represalias políticas. Bastantes de ellos se exilian. D. Fernando es suspendido de empleo y sueldo, trasladado después a Murcia (1.944-1.946) y rehabilitado en Salamanca a partir de 1.946 (donde permanecerá hasta su jubilación en 1.962).
Por su parte, María Moliner es depurada y sufre la pérdida de 18 puestos en el escalafón del Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios (que recuperará en 1.958).
En 1.946 pasará a dirigir la biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid hasta su jubilación, en 1.970.
En esta etapa de su vida, criados ya sus hijos y separada físicamente de su marido una buena parte de la semana, María Moliner encontrará el tiempo para dedicarse a su interés intelectual más profundo: la pasión por las palabras. Será entonces cuando comience (hacia 1.950) el Diccionario de uso del español.
Dice uno de sus hijos que necesitaba volver a emplear sus energías, después de años zurciéndoles los calcetines. Y lo hizo sin más herramientas que unas cuartillas que, divididas en cuatro, convertía fichas, una máquina de escribir portátil y dos atriles.
María, sentada en el mueble comedor de su casa comenzó a escribir las primeras palabras con sus recomendaciones de uso; el gesto lo repitió miles de veces y cada día invertía más y más horas.
“En dos años termino”, decía, e invirtió en la obra más de quince hasta que en 1.966 la Editorial Gredos publicó su primer tomo, sacando a la venta el segundo al año siguiente. Desde ese momento, María Moliner empezó a trabajar en su actualización, que no llegó a completar.
En 1.972, fue propuesta, sin éxito, como candidata a la Real Academia Española. Sencilla y elegante, cuando la propusieron para la Academia quedó tan aturdida que exclamó: “Y, ¿de qué puedo hablar yo, en un discurso de admisión, si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines?”.
Posteriormente, no aceptó una nueva candidatura, pues se sentía ya enferma.
Las notas tristes de sus últimos años fueron la muerte de su marido en 1.974 y su propia enfermedad: la arteriosclerosis cerebral que la privó de su lucidez desde 1.975 hasta su fallecimiento en enero de 1.981.
La figura de María Moliner es paradigmática para comprender la fe en la cultura y en la educación como motores del cambio de la sociedad española que sentían muchos españoles de su época.
“Activista social”, quiso que la cultura llegara a todos los estratos de la población, que estaban abandonados por los poderes públicos desde hacía años; y de ahí su decidida colaboración en las Misiones Pedagógicas de la República.
Recuperar la vida de María Moliner supone también recuperar un ambiente, unos ideales, un programa de vida en el ámbito de la educación y la introducción a la lectura.
La recuperación de la vida y de la obra de María Moliner supone también la recuperación de una forma de ser mujer en el siglo XX, especialmente singular en su generación.
María Moliner fue atrevida mujer: pionera universitaria comprometida en los años veinte, científica y madre trabajadora hasta la edad de jubilación.
Y para llegar adonde llegó, partiendo de una infancia dura, luchada y recuperada a pedazos, doña María tuvo que levantar muchas veces, desde lo más hondo de su cuerpo, el coraje heroico de las mujeres de su tiempo.
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De: M¦®ågë |
Enviado: 30/06/2009 21:25 |
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