Lo que se da, vuelve
Cuando trabajaba como disc jockey
en Columbus, Ohio, en camino a casa
solía ir al hospital de la universidad o
al hospital Grand.
Caminaba por los pasillos y entraba en
habitaciones de distintas personas para
leer las Escrituras o hablar con ellas.
Era una manera de olvidar mis problemas
y dar gracias a Dios por mi salud. Eso era
importante para las personas que visitaba.
Una vez, literalmente, me salvó la vida.
Yo era muy controvertido en la radio.
Había ofendido a alguien con un comentario
editorial sobre un promotor que traía a la ciudad
artistas que no eran los miembros originales
de un determinado grupo.
La persona a la que perjudiqué contrató lisa y
llanamente a alguien para que me matara.
Una noche, volvía a casa a eso de las dos
de la mañana. Terminaba de trabajar
en el club nocturno donde era animador.
Cuando empezaba a abrir la puerta, un
hombre se acercó por el costado de mi casa
y dijo:
-¿Tú eres Les Brown?
Sí -respondí.
-Tengo que hablarte.
Me enviaron para que te mate.
-Me dijo.
-¿A mí, por qué?
-pregunté.
-Bueno, hay un promotor que está
muy enojado por el dinero que le costaste
cuando dijiste que el grupo que venía a
la ciudad no era el auténtico
-dijo.
-¿Vas a hacerme algo?
-inquirí.
-No
-repuso.
Y no quise preguntarle el motivo
porque no quería que cambiara de idea.
¡Simplemente estaba feliz!
-Mi madre estaba en el hospital Grand
-continuó él-
y me escribió que un día fuiste a verla,
te sentaste a su lado, le hablaste y le leíste
las Escrituras.
Se quedó muy impresionada de que
ese disk jockey matutino, que no la
conocía, hiciera algo así.
Me escribió hablándome de ti cuando
yo estaba en la penitenciaría de Ohio.
Me impresionó mucho y siempre quise
conocerte.
Cuando me enteré en la calle de que alguien
quería liquidarte -concluyó-,
acepté el trabajo y después les dije
que te dejaran en paz.
Les Brown