En el declive de la colina
No puede permitir naturaleza que tan escaso amor te haya humillado, sin la jugosa avena entre los dientes, sabiendo que morir es lo postrero. Hablaron de tu hora. ¿Quién el destino sabe? Te conocí airoso. Morabas una cuadra con ramilletes verdes. Vaho de la rosada boca advertía tu sueño, inquieto a veces, por cosquilleo de hormigas rubias sobre el brillante pelo de las ancas. De juventud los ojos marcaban la frontal fisonomía, cabeza hermosa atraía de admiración el gesto de quienes al pasar verte pudieron. Solo ahora, en el declive de la colina que recibió tus siestas, recién cortado el heno de aquel lecho, para morir quisieras.
El alba y la serena luz no lograron atraer otro jinete, levantar al derrotado, vivir las agonías, espolear los flancos de un animal hasta estallarlo en plenitud gozosa.
Transcurrieron las necesarias noches. Radiante el sol, y las hormigas rubias sobre el anca. El caballo, en soledad de muerte, trémulo relinchaba.
DIONISIA GARCÍA

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