Yira yira.
Lágrimas que resbalan entre hojas inmóviles de recuerdos,
sonrisas contadas con dedos
que rasguñan páginas de aquel cuento escrito cada noche,
tiernas palabras de hombre bueno,
los cuestionamientos de la adolescencia –el pelo largo que no comprendías,
Pink Floid que te gustaba pero no tanto-,
ese inmenso lago de reproches que te hacía naufragar en las penumbras de tus años,
los desvelos, el inconsciente olvido por recorrer mis sendas
y la devoción por Yira yira que nació en mí justo cuando te morías…
© Juan José Mestre