Pero, pensándolo bien, y haciendo juicio a mi hermano, tomé la pluma en la mano y fui llenando el papel. Luego vine a comprender que la escritura da calma a los tormentos del alma, y en la mía que hay sobrantes; hoy cantaré lo bastante pa’ dar el grito de alarma.
Empezaré del comienzo sin perder ningún detalle, espero que no me falle lo que contarles yo pienso; a lo mejor no convenzo con mi pobr’ inspiración escas’ ando de razón, mi seso está ‘polilla’o, mi pensamiento nubla’o con tanta preocupación
Recularé algunos años y de lugar mudaré, así les resaltaré sin “coilas” y sin engaños; que se descarguen los daños en la pobre relatora, por no valerle hast’ahora haberse amarra’o a Chile. Si el canto no le da miles, válgame Dios, la cantora.
Primero, pido licencia pa’ “transportar” la guitarra; después, digo que fue Parra quien me donó l’existencia. Si me falta l’elocuencia para tejer el relato, me pongo a pensar un rato afirmando el “tuntuneo”, a ver si así deletreo con claridez mi relato.
Tenga calma la compaña ya viene la despedí’a; la poca sabiduría mis ocurrencias empaña. Siempre la suerte m’engaña por mucha ilusión que tenga; que la fuerza me sostenga si el sacrificio es en vano, y no me condene, hermano: no hay mal que por bien no venga.
Aquí presento a mi abuelo, señores, démen permiso, él no era un ñato petizo, muy pronto van a saberlo; en esos tiempos del duelo versa’o fue en lo de leyes, hablaba lengua de reyes, usó corbata de rosa, batelera elegantosa y en su mesa pejerreyes.
José Calixto su nombre, fue bastante respeta’o, amistoso y muy letra’o, su talento les asombre; más le aumente su renombre al decir muy en breve, no más entre marte’ y jueves procura mostrar su honor, defendiendo el tricolor el año setentainueve.
En la ciudad de Chillán vivía en un caserón, dueño de una población de gran popularidad. Pa’ mayor autoridad manda sus hijo’ a l’escuela, y a petición de mi abuela les enseña a solfear par’ un’ orquesta formar de arpa, violín y vihuela.
El día de San José, nombre del dueño de casa, s’hizo una fiesta grandaza según lo supe después. Había muerto una res, llegan noventa visitas con flores y tarjetitas, besan y abrazan al santo, lo avisan con harto canto, valse, mazurca y cuadrilla.
Las damas con abanico, de fraque los caballeros, perfumosos y altaneros, como son siempre los ricos, saltaban como unos quicos cuando bajaron del coche y armaron tremendo boche los chiquillos copuchentos, hormigueando to’os mugrientos entremedio ‘e los fantoches.