Abro mi corazón y elevo a todos aquellos que necesitan oración.
Cuando alguien enfrenta un reto, puede serle difícil aquietar la mente para comulgar con Dios. En tales momentos ofrezco mi apoyo de oración. Visualizo que esa persona está rodeada de amor, consuelo y salud. Tengo presente que Dios está por doquier en todo momento. Al orar, establecemos una conexión corazón a corazón.
También aplico esta práctica a las personas más allá de mi círculo de familiares y amigos. Visualizo que mi comunidad está envuelta en amor y salud. Luego amplío mi visión para ver a cada continente infundido de paz y comprensión, imagino que sus líderes hacen uso de la sabiduría divina para tomar cada decisión. Afirmo la verdad de que Dios está presente en cada momento y lugar, ¡y todo está bien!
Cuando terminó de decir estas cosas, se puso de rodillas y oró con todos ellos.—Hechos 20:36
Soy paciente y confiado, porque sé que Dios obra en mi vida.
Vivir en una época de comunicaciones rápidas —mensajes de texto instantáneos, transmisiones de noticias en vivo, etc.— es conveniente. Sin embargo, cuando tengo que esperar por cosas tales como que me llegue un paquete o que la semana de trabajo finalice, puede que me sienta impaciente. Una semilla no puede apurarse, no importa cuán fervientemente añore probar su fruto.
Si encuentro que soy impaciente o que estoy forzando un resultado, hago una pausa y observo mis intenciones y emociones. Centro mi atención en el tiempo perfecto de Dios. Recuerdo que las cosas se darán en el momento perfecto y de la manera correcta. La paciencia me brinda paz mental según voy en pos de mis sueños.
La semilla es la palabra de Dios … la que cayó en buena tierra son los que … retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.—Lucas 8:11, 15
Dejo ir libremente y permito que Dios sea Dios en mí.
Una de las palabras claves en la frase “dejar ir y dejar a Dios actuar” es “dejar”. Dejar ir significa dar un paso con fe. Si estoy acostumbrado a depender de mí mismo, este acto puede sentirse más un salto que un paso.
Tomo tiempo ahora para descansar y estar con Dios. Dejo ir la necesidad de estar en control. Recuerdo que no tengo que saberlo ni hacerlo todo. No tengo que estar a cargo; puedo descansar y sólo ser. ¡Qué sentimiento tan liberador! Qué consuelo me brinda saber que no tengo que hacer nada solo. Existe una Presencia obrando en mi vida —guiándome, bendiciéndome y apoyándome a cada paso. Dejo ir y permito que Dios sea Dios en mí.
Cada uno debe vivir según los dones que el Señor le ha dado, y tal como era cuando Dios lo llamó.—1 Corintios 7:17
Comienzo este día sosegando mi mente y centrando todo mi ser en oración. Busco un lugar tranquilo para un momento devoto. Reposo según comulgo con Dios. Hago una pausa con los ojos cerrados y el corazón abierto. Me desconecto de las distracciones externas y me alineo con la paz infinita en mí. Estoy en paz. YO SOY paz.
Al permanecer en esta morada apacible, siento que algo nuevo despierta: una paz más honda e inmutable; una fortaleza interna más vivaz. Desde este centro sagrado en lo más profundo de mi ser, me comprometo con la vida y llevo a cabo mi propósito de maneras nuevas y satisfactorias. La paz me restaura y me llena de energía para hacer lo que debo hacer. Paz en mí; paz a mi alrededor.
Por lo tanto, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación.—Romanos 14:19