Sin duda, son derechos del niño correr, jugar, gritar, divertirse, ensuciarse (“ensuciarse hace bien”, dice una propaganda televisiva, pero sólo refiriéndose a los niños). Este es el comportamiento que corresponde a su naturaleza infantil. Vestirlo como un hombrecito, forzarlo a guardar silencio y compostura es obligarlo a una conducta contraria a su naturaleza. Por eso causa tanta pena ver esas fotos antiguas de niños disfrazados de adultos que, con sus rostros serios, expresan el profundo sufrimiento que se les hace experimentar.
Cuando sean adultos, habrán caducado sus derechos infantiles pero aparecerán otros conforme a su nueva naturaleza: en lugar del triciclo ahora podrán manejar automóviles. Conforme a esta visión de la vida humana, cabría preguntarnos ¿Cuáles son los derechos de los viejos? Naturalmente, aquellos que correspondan a nuestra naturaleza ya que no somos más ni niños ni adultos.
A título de ejemplo, enumeremos al azar, algunos de estos derechos (después los retomaremos más ordenadamente).
A los viejos nos corresponde caminar encorvados y arrastrando los pies. Como todos somos un poco sordos, corresponde a nuestra naturaleza escuchar el televisor a todo volumen. Siendo incapaces de enriquecernos con nuevas experiencias, es natural que repitamos constantemente las mismas historias del pasado. La falta de dientes y las prótesis un poco flojas, tienen como consecuencia natural que la corbata y el pullover estén un poco babeados y chorreados de sopa.
Es preciso que enfrentemos decididamente el mito posmoderno de la “eterna juventud”. Esta fantasía de algunos gerontólogos de añadir “vida a los años” me parece que tiene consecuencias desastrosas. Vivo a media cuadra del parque Independencia y, como corresponde a nuestra edad solemos, mi señora y yo, sentarnos en un banco y tomar plácidamente algunos mates con bizcochitos. Allí vemos, cada tanto, aparecer algún viejito en pantalones cortos, trotando, para tratar de mantener la “eterna juventud”. En el rostro, desencajado por el dolor, se ve el sufrimiento que padece. ¿No es más acorde a nuestra naturaleza sentarnos en un banco y disfrutar mirando las ágiles adolescentes que pasan trotando?